En la era digital, nuestras ideas, emociones y hasta nuestra identidad están siendo moldeadas sin que lo notemos. ¿Realmente pensamos por nosotros mismos o somos productos de algoritmos, vigilancia y marketing emocional? En este espacio destapo las distorsiones de la autopercepción, los peligros invisibles del control social y cómo Internet está reprogramando nuestra mente. ¿Estás listo para ver lo que no quieren que veas?
Autopercepción en la Era Digital
En la era digital, donde todos opinan sobre todo, el efecto Dunning-Krugeres el invitado invisible en casi cada debate. Este sesgo cognitivo nos dice que, irónicamente, cuanto menos sabe alguien sobre un tema, más seguro se siente de tener razón. Mientras tanto, quienes realmente dominan un área suelen ser los más cautelosos a la hora de emitir juicios tajantes, precisamente porque comprenden su complejidad.
Esta paradoja explica por qué aumentan los "todólogos" en redes sociales, y también por qué funcionan tan bien la publicidad, el marketing y la política: cuánto mas convencido suena alguien, más confiamos. Y en un entorno donde la percepción vale más que la verdad, opinar con firmeza se vuelve más rentable que tener razón.
El problema es que esta sobreconfianza puede ser contagiosa. Alguien ignora lo que no sabe, se siente con derecho a opinar, y esa opinión errónea o engañosa se viraliza. Así la ignorancia no solo habla, sino que hace ruido. Y en ese ruido digital, el conocimiento real muchas veces queda fuera del algoritmo.
Del derecho al riesgo: La privacidad en peligro colectivo
En un mundo hiperconectado, nuestra privacidad ha dejado de ser un asunto individual para convertirse en un problema político y social de primer orden. Cada clic, cada búsqueda, cada "me gusta" se convierte en un dato. Y esos datos, lejos de desaparecer, se almacenan, se analizan y se utilizan para vigilarnos, manipularnos hasta controlarnos.
Como advierte Marta Peirano, la vigilancia debe ser entendida como un problema estructural y colectivo, comparable con la crisis climática: no basta con protegerse uno mismo, sino que necesitamos de acción conjunta. Mientras más aceptamos esta vigilancia como "normal", más renunciamos a derechos que deberían ser innegociables.
Un ejemplo claro es el caso de TikTok, acusado de recolectar masivamente datos de usuarios y compartirlos con el gobierno chino, en una estrategia que mezcla entretenimiento, vigilancia y geopolítica.
Durante la pandemia, este problema se profundizó. Las apps de rastreo y monitoreo sanitario, justificadas por la emergencia, abrieron la puerta a prácticas de vigilancia opacas y sin suficientes controles. Como señala Carissa Véliz, en la era digital el poder está en los datos: quien tiene los datos: tiene el poder. Y eso puede costarnos caro.
La pregunta de fondo no es solo quién nos vigila, sino para qué. Nuestros datos son el insumo principal de una nueva forma de poder invisible, persistente y, sobre todo, consentida aunque no comprendida.
Cómo Internet rediseña nuestra mente
Desde su irrupción en la vida cotidiana, Internet ha transformado la forma en que pensamos, nos relacionamos y tomamos decisiones. Lejos de ser una herramienta neutral, su diseño, especialmente el de las redes sociales, motores de búsqueda y sistemas de recomendación, está profundamente entrelazado con procesos psicológicos que pueden amplificar vulnerabilidades humanas.
Uno de los efectos más visibles es la creciente dependencia que desarrollamos hacia la red y las redes sociales, lo que afecta directamente nuestra capacidad de concentración y atención. La naturaleza fragmentada del contenido digital y la estimulación a través de notificaciones generan una interrupción continua de nuestros procesos cognitivos.
Este entorno favorece la búsqueda de gratificación inmediata, reduciendo la capacidad para mantener la atención en actividades prolongadas o complejas, y propiciando hábitos que a largo plazo pueden perjudicar nuestro bienestar mental y emocional.
Además, el poder de Internet actúa como un instrumento sofisticado para influir en nuestras emociones y decisiones. Las técnicas de neuromarketing, apoyadas en el análisis de masivo de datos, permiten a empresas y organizaciones diseñar estrategias personalizadas que apelan directamente a nuestras reacciones emocionales. De esta forma, orienta nuestros hábitos de consumo, opiniones y creencias.
Por último, es fundamental reflexionar sobre la naturaleza misma de la tecnología que utilizamos. Comúnmente se considera que Internet y las plataformas digitales son herramientas neutrales al servicio del usuario, la realidad es más compleja.
Los algoritmos y diseños de estas tecnologías tienen intenciones específicas: están hechos para captar nuestra atención. A menudo priorizan la viralidad, el tiempo de uso o el engagement por encima de otros valores como la veracidad o el bienestar del usuario. Esto muestra que no solo usamos la tecnología, sino que ella también influye en cómo pensamos y actuamos. Resulta necesario debatir sobre el diseño tecnológico y qué postura queremos asumir frente a estas fuerzas invisibles pero influyentes.
El salto evolutivo hacia la hiperconectividad
La expansión global de Internet originó un nuevo tipo de sujeto: el Homo Interneticus, guiado por la conexión permanente, la sobreinformación y la interacción digital. Se trata de una transformación cultural que reconfigura nuestra forma de ser y relacionarnos.
Como muestra el documental de la BBC que da nombre al concepto, esta figura no es una exageración futurista, sino una realidad observable especialmente en países como Corea del Sur, donde se han documentado casos extremos de adicción a la web. La comparación con el Homo Videns de Sartori resulta inevitable: si antes era la televisión la que condicionaba la percepción, hoy lo hacen las redes, los algoritmos y la inmediatez digital.
Se expresa con claridad en las redes sociales. Plataformas como Facebook o Instagram no solo nos conectan: nos empujan a construir una versión pública de nosotros mismos. Vivimos una vida “editada” para ser vista, más que vivida. La exposición constante genera una ilusión de autenticidad y la necesidad de una validación externa.
Otro rasgo de esta nueva era es el cambio en nuestras relaciones. El “Número de Dunbar” sugiere que solo podemos mantener vínculos estables con unas 150 personas. Sin embargo, las redes nos muestran listas infinitas de “amigos” o “seguidores”. Muchas veces, el rol que cumplimos en redes es más cercano al del voyeur: observamos la vida de otros sin participar realmente. Lo social se vuelve espectáculo, y el vínculo, consumo.
La mente del Homo Interneticus también ha cambiado. La sobrecarga informativa nos aleja del pensamiento lineal y profundo. En lugar de “erizos”, que siguen una idea central, somos más bien “zorros”, saltando de dato en dato.
La política también fue transformada por la lógica digital. Hablamos hoy de Política 2.0: campañas, debates y militancia que ya no ocurren solo en plazas o medios tradicionales, sino en redes sociales y plataformas digitales. Las redes democratizan la palabra, pero también la simplifican. Los discursos se reducen a frases breves, los argumentos a memes, y los matices se pierden entre algoritmos que premian lo emocional antes que lo racional.
Twitter (ahora X), TikTok o Instagram son nuevas arenas políticas. No solo comunican: crean climas de opinión, generan polarización y pueden movilizar masas en tiempo real. Un hashtag puede reemplazar un anuncio y viralizar una consigna en minutos.
Reflexiones
Al comparar la lectura tradicional de un libro con la experiencia digital, se evidencia una transformación no solo en el formato, sino en la forma que procesamos la información. La lectura digital, con sus distracciones constantes y fragmentación del contenido, puede afectar nuestra capacidad de concentración profunda y pensamiento crítico, aspectos que la lectura tradicional fomentaba de manera más natural. Esta diferencia subraya cómo las tecnologías influyen directamente en nuestra mente y hábito.
Cada vez hay más evidencias de que Internet no solo modifica lo que hacemos, sino cómo pensamos. Estudios neurocientíficos muestran que la navegación constante, el salto entre pestañas y la lectura superficial en pantalla afectan nuestra capacidad de concentración y memoria a largo plazo. Nos volvemos más rápidos para detectar información, pero menos hábiles para profundizar, reflexionar o mantener el foco. Pensamos en red, como navegamos: de forma fragmentada, veloz y reactiva.
Estas interrogantes nos invitan a reflexionar sobre cómo queremos que evolucione nuestra relación con la tecnología, qué límites y valores debemos proteger, y cómo podemos mantener el equilibrio para preservar la autonomía. El futuro dependerá en gran medida de nuestra capacidad para entender estas transformaciones y tomar decisiones conscientes que garanticen un desarrollo tecnológico al servicio del bienestar humano y no al revés.
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Decir Web | Comunicación digital en la Universidad Nacional de Quilmes
Decir Web es el blog escrito por los estudiantes de las asignaturas "Seminario y Taller de Periodismo digital" y "Medios, Internet y Comunicación digital" de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes.
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