Por Lucas Biondi
Que vivimos rodeados de pantallas es un hecho. Todo pasa por ellas la lectura, el trabajo, el descanso y las relaciones. Pero más allá del uso cotidiano, hay una pregunta que cada vez suena más fuerte: ¿cómo nos está cambiando todo esto? Este artículo busca detenernos en esas transformaciones invisibles que la vida digital provoca día a día.
La ilusión del saber y el ruido de las voces seguras
Internet permitió democratizar la palabra, pero también amplificó la sobreconfianza de los usuarios. El famoso efecto Dunning-Kruger explica cómo, muchas veces, quienes menos saben son los que más seguros hablan. Y en la era digital, eso tiene un micrófono constante. En televisión o redes, vemos ejemplos todos los días, todos somos dueños de la verdad o de nuestra verdad, algunos panelistas opinan con firmeza sobre temas complejos, sin información ni formación suficiente.
En Argentina lo vimos muchas veces. Durante la pandemia, algunos comunicadores promovían tratamientos sin evidencia científica, como el consumo de cloro o dióxido de cloro, poniendo en riesgo la salud pública. En programas deportivos, otros minimizaban la salud mental de los jugadores, reduciendo problemas profundos a frases vacías, por la realidad de estas personas
El punto no es señalar con el dedo, sino entender que la palabra pública tiene peso. Cuando se habla desde un micrófono, se influye, se moldea la opinión y se instala una manera de pensar. La responsabilidad del comunicador, ya sea profesional o no, debería ser la de informar y empatizar, no solo entretener.
Privacidad y vigilancia: los nuevos límites de la libertad
“Si no pagás por el producto, vos sos el producto.” Esa frase, que suena cliché, nunca fue tan real. Hoy nuestros datos son la moneda más valiosa, lo que vemos, compramos, sentimos y compartimos alimenta algoritmos que conocen más de nosotros que nosotros mismos.
Casos como el de Cambridge Analytica, donde millones de perfiles fueron utilizados para manipular elecciones, o las investigaciones sobre TikTok y su posible relación con el gobierno chino, no son solo polémicas tecnológicas: son recordatorios de que vivimos en un sistema de vigilancia permanente.
Como dice Marta Peirano, la vigilancia digital no es un problema individual, sino colectivo. No alcanza con “cuidar tus datos” si el entorno digital entero está diseñado para recolectarlos. A esto se suma lo que planteaba Carissa Véliz durante la pandemia, las apps de seguimiento de COVID recabaron información sensible sin transparencia ni regulación.
En este contexto, la privacidad no es solo un derecho, es una forma de resistencia. Resistir a la idea de que todo debe ser público, medido o compartido.
Atención, estímulo y agotamiento
Pasamos casi 7 horas diarias frente a pantallas, según informes de We Are Social 2024. Y sin darnos cuenta, eso modifica la forma en que pensamos. La lectura tradicional exige pausa, concentración y tiempo. Pero lo digital nos acostumbra a los saltos, casi como una clase de Funcional, pero aca es de un video a otro, de un titular a un tweet, sin hilo conductor. Esa dinámica fragmenta la atención y entrena al cerebro para la inmediatez.Lo curioso es que nos volvimos expertos en la “inmersión” digital, pero con contenidos que muchas veces no nutren. Podemos pasar horas mirando reels o historias, pero pocos minutos leyendo algo extenso. Y eso no es casualidad: las plataformas están diseñadas para retenernos, no para enseñarnos.
El autor Nicholas Carr, en Superficiales, plantea que internet no nos vuelve tontos, pero sí más impacientes. El pensamiento profundo nos resulta incómodo, y la dopamina que generan las notificaciones reemplaza la satisfacción de entender algo realmente.
El nuevo yo digital: entre la exposición y la soledad
Sherry Turkle lo explicó mejor que nadie, en internet no mostramos quiénes somos, sino quiénes queremos ser. Las redes nos dan una identidad moldeable, editada, filtrada. Publicamos lo bueno, ocultamos lo demás. Y así, terminamos construyendo una versión idealizada de nosotros mismos que muchas veces nos exige más de lo que nos representa.
La paradoja es que estamos más conectados que nunca, pero más solos también. El antropólogo Robin Dunbar demostró que el cerebro humano solo puede mantener relaciones significativas con unas 150 personas. Sin embargo, hoy seguimos a miles, hablamos con decenas y recordamos pocos. El vínculo digital se volvió fugaz, casi de consumo rápido.
Del pensamiento lineal al pensamiento fragmentado
Antes leíamos de izquierda a derecha, ahora, de arriba hacia abajo. Antes seguíamos una idea, hoy saltamos entre estímulos. Esa transformación no es menor, ya que cambió la manera en que procesamos la información.
Los investigadores llaman a esto el paso del pensamiento “erizo” (profundo y concentrado) al pensamiento “zorro” (rápido y disperso). No necesariamente es algo malo, pero exige adaptarnos. Saber cuándo hace falta velocidad, y cuándo profundidad.
Leer en digital y recordar: una nueva batalla mental
Un estudio de la Universidad de Stavanger (2019) mostró que quienes leen en papel comprenden y recuerdan mejor el contenido que los lectores digitales. No se trata de nostalgia, sino de biología. El papel no interrumpe, no brilla, no notifica. Por eso, leer un libro o un artículo largo hoy es casi un acto de resistencia ante la cultura del scroll infinito.Tal vez el desafío más grande no sea desconectarnos, sino reaprender a estar presentes. Volver a leer sin apuro, a mirar sin comparar, a informarnos sin ruido.
La tecnologia ¿Amiga o enemiga?
La tecnología no es el enemigo. Somos nosotros quienes decidimos cómo convivir con ella.
Usarla con conciencia puede potenciar nuestra vida, pero hacerlo en automático, puede drenarla. Quizás la verdadera pregunta no sea “qué nos hace internet”, sino “qué hacemos nosotros con internet”. Porque si todo se mide en clics, reproducciones y seguidores, el mayor acto de libertad puede ser elegir en qué poner la atención.
Si te quedaste pensando en todo esto, te invito a escuchar el episodio del podcast Tu Vida en Línea.
Allí profundizamos desde la voz y la experiencia, con ejemplos, historias y una pregunta que sigue abierta: ¿Quiénes somos cuando nos desconectamos?






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