¿Qué es el efecto Dunning-Kruger? Más abajo te cuento.
Algunas personas, inconscientes de su propia ignorancia, proyectan una imagen de conocimiento que a menudo resulta exagerada. Es difícil determinar cuán conscientes son de sí mismas o hasta qué punto reconocen sus limitaciones en un área específica. En la década de 1990, David Dunning y Justin Kruger investigaron este fenómeno: cómo la incompetencia de una persona le impide reconocer su propia falta de habilidad. Su premisa era que aquellos con conocimientos limitados no solo cometen errores constantes y llegan a conclusiones erróneas, sino que su propia incompetencia les imposibilita darse cuenta de ello. Para estos psicólogos, este sesgo surge de un "error en la percepción de uno mismo, un fallo en la metacognición".
¿Querés saber más? Escucha mi nuevo episodio del podcast "Charlando con Charo"
¿Cómo evitar caer en el Dunning-Kruger?
Una estrategia efectiva para eludir este sesgo es poner en tela de juicio nuestras propias ideas, ya que a menudo las aceptamos como verdades sin analizar el origen de los estereotipos, prejuicios, inercias y convencionalismos. Asimismo, es fundamental buscar información fidedigna, actualizada, científica y fiable. Si dejamos de adquirir nuevos conocimientos, corremos el riesgo de sobrestimar lo que sabemos, cayendo en la arrogancia. La falta de autoconciencia o el autoengaño, sin autocrítica ni intención de corregir errores, puede acarrear consecuencias perjudiciales, llevando a racionalizar una visión limitada y distorsionada de la realidad para que se ajuste a nuestras propias creencias.
El efecto D.K. en la era digital
En redes sociales, es común encontrar individuos que creen saberlo todo sobre cualquier tema, desde leyes hasta vinos o salud. Esta tendencia a opinar constantemente amplifica un sesgo cognitivo que puede llevar a teorías conspirativas. Este exceso de confianza es un problema personal y social, presente incluso en líderes mundiales.
Las personas con este fallo metacognitivo son inconfundibles: no admiten errores, solo ven su perspectiva, no se disculpan, no reparan daños y carecen de empatía. Su autoconfianza es absoluta.
Es crucial detectar este sesgo en uno mismo y en otros, buscando un equilibrio entre la autoconfianza y la humildad, manteniendo siempre una mente abierta al aprendizaje. El efecto Dunning-Kruger puede dañar la ciencia, especialmente si se manifiesta en personas con poder.
El impacto social y educacional de D.K.en la era digital
Para hablar de esto en particular, me gustaría hablar de dos ejemplos actuales que prefiero dejarles a ustedes la libertad de comprender por ustedes mismos, que resulta de que esta era llena de narcisos y seguros profundos de su ignorancia a nivel poblacional. El primero, el poder de los discursos de odio y qué tanto daño pueden llegar a hacer en la población, y el segundo, la población del país más poderoso del mundo es… completamente ignorante y ¡No les importa!
Internet nació con la promesa de democratizar el conocimiento y conectar a la humanidad, pero en apenas tres décadas esa utopía se transformó en un sistema de vigilancia global. Al principio, compartir era un acto de confianza: mostrarnos en línea parecía sinónimo de transparencia, participación y libertad. Pero con el tiempo descubrimos que esa exposición constante tiene un precio, y no es económico, sino la cesión de nuestros datos, emociones y decisiones. Esto me recordó un podcast generado con inteligencia artificial que escuché en una de mis clases, donde una idea quedó resonando: “cada interacción es utilizada para controlarnos por empresas privadas o gobiernos”. Esa noción sintetiza con claridad el cambio más profundo de nuestra era: la vigilancia ya no necesita cámaras ni agentes secretos. Hoy la vigilancia se disfraza de comodidad, de servicio personalizado, de recomendación oportuna. Pero detrás de cada clic amable hay un sistema que observa, registra y aprende de nosotros. El scroll infinito, las notificaciones y las recomendaciones personalizadas no son inocentes: están diseñadas para mantenernos dentro del circuito, generando más datos y más dependencia.
Como señala Carissa Véliz en su libro Privacidad es poder, “no existe la privacidad gratuita en plataformas que viven de recolectar información”. Y eso nos lleva a un punto inquietante: si todo lo que hacemos deja un rastro, ¿cuánto de lo que decidimos sigue siendo realmente una elección?
La vigilancia como ecosistema: el problema colectivo
Durante la pandemia, los límites de la privacidad se diluyeron bajo la lógica de la urgencia. En nombre del bien común, se multiplicaron las apps de rastreo y los sistemas de seguimiento ciudadano. Sin embargo, como subraya Carissa Véliz en su charla “Hablemos de omisiones” (YouTube), “no fueron las apps las que controlaron el virus, sino las pruebas masivas de COVID.” El problema no fue la intención, sino el uso posterior de esos datos. Una vez recolectada, la información comenzó a circular entre empresas y gobiernos sin transparencia ni control.
Véliz insiste en que “quien tiene los datos tiene el poder”, y que el modelo económico basado en su comercialización es insostenible: no se puede construir una sociedad libre sobre un sistema que lucra con nuestras vulnerabilidades.
El caso de TikTok lo expone con claridad (YouTube). Investigaciones de medios como Forbes y CNBC revelaron que la app tiene vínculos con el gobierno chino y una política de privacidad altamente intrusiva. Según especialistas en ciberseguridad, “TikTok es una app con potencial de espionaje masivo” (YouTube). Creo que, más allá del país de origen, el verdadero problema es la naturalización de la vigilancia: aceptamos que nos observen porque creemos que no tenemos nada que ocultar.
A diferencia de lo que solemos pensar, la vigilancia digital no se reduce a un asunto individual. No basta con “configurar la privacidad” o dejar de usar ciertas redes: el problema, como sostiene Marta Peirano en su charla TED “La vigilancia es un problema colectivo, como el cambio climático” (YouTube), es estructural y sistémico.
“El problema no es Internet, sino lo que pasa y hacen con ella.” — Marta Peirano
La periodista española explica que vivimos bajo el capitalismo de plataformas: un modelo en el que las grandes empresas tecnológicas (Google, Meta, Amazon, Apple, TikTok) ofrecen infraestructuras que parecen neutrales, correo electrónico, redes sociales, nube, entretenimiento, pero que en realidad funcionan bajo su lógica algorítmica.
Es decir: podemos expresarnos, pero dentro de un espacio controlado; podemos “ser libres”, pero según sus reglas. Este tipo de vigilancia no necesita de la fuerza: se sostiene en la cooperación. Cada usuario contribuye con sus clics y reacciones, reforzando un sistema que nos controla. Por eso Peirano compara la vigilancia digital con el cambio climático: ambos problemas afectan a todos, aunque la responsabilidad individual parezca mínima. Su propuesta es tan simple como radical: “poner la tecnología al servicio de los ciudadanos, y no a los ciudadanos al servicio del poder”. Eso implica repensar los derechos digitales, exigir transparencia y construir una cultura de datos éticos, donde compartir no signifique renunciar al control. La manipulación digital ya no actúa sobre lo que pensamos, sino sobre cómo sentimos.
El documental alemán sobre neuromarketing y control emocional, incluido en el material de una de mis clases, expone cómo la publicidad, la política y las redes sociales explotan las emociones para influir en nuestras decisiones. No se trata de un truco psicológico aislado: es una estrategia científica. Empresas y gobiernos utilizan sensores, estudios de ondas cerebrales y pruebas de mercado para detectar qué estímulos visuales o sonoros provocan placer, miedo o ansiedad. Con esa información, crean contenidos y campañas que maximizan el impacto emocional, moldeando la percepción de la realidad. Lo que antes era persuasión, hoy es programación afectiva. Las redes no buscan informarnos, sino mantenernos emocionalmente activos, porque las emociones generan más interacción, y la interacción genera más datos.
Imagen generada con IA
El caso de Cambridge Analytica fue apenas la punta del iceberg: millones de perfiles de Facebook fueron usados para dirigir propaganda política personalizada durante campañas electorales, incluyendo la de Donald Trump en 2016. Como resume el documental Nada es privado, “ya no votamos desde la razón, sino desde la emoción manipulada por un algoritmo.”
La neurociencia y la política se unieron en un nuevo tipo de poder: el poder de dirigir emociones colectivas sin necesidad de censura. Y, como si eso fuera poco, las plataformas que lo permiten se presentan a sí mismas como espacios “libres” y “democráticos”.
Homo Interneticus: la nueva especie digital
Imagen extraída de mapas públicos del IHMC
El documental de la BBC “La revolución virtual: Homo Interneticus” (YouTube) retoma esta cuestión desde una perspectiva neuropsicológica. El investigador Nicholas Carr sostiene que “la tecnología nos moldea; no es neutral”. Cambia nuestras estructuras cognitivas y nuestra forma de pensar. El cerebro hiperconectado salta de estímulo en estímulo, incapaz de concentrarse: el usuario tipo se convierte en lo que el estudio de David Nicolas llama un “zorro virtual”, siempre disperso, incapaz de profundizar.
Imagen recuperada de Wikipedia
El número de Dunbar, que establece que solo podemos mantener relaciones significativas con unas 150 personas, cuestiona la ilusión de los “miles de amigos” en redes. Sherry Turkle lo define con lucidez: “vivimos la vida de Facebook, no la nuestra.” Sacrificando calidad por cantidad.
La sobreexposición, la ansiedad y la adicción, como se observa en Corea del Sur, la nación más conectada del mundo, son los síntomas de un nuevo tipo de ser humano: el Homo Interneticus, moldeado por los algoritmos y por la necesidad constante de atención.
Recuperar el control: alfabetización y conciencia digital
Frente a este panorama, la pregunta no es si podemos escapar del sistema, sino cómo aprendemos a vivir conscientemente dentro de él.
Carissa Véliz propone una respuesta clara: “la economía de los datos debe desaparecer”. No podemos seguir aceptando que el modelo de negocio más rentable del mundo se base en la explotación de nuestras vulnerabilidades (YouTube). Para ella, la privacidad no es un lujo individual, sino una forma de protección colectiva: “Mis datos no son solo míos; en ellos hay información de otros: familia, amigos, incluso generaciones futuras.” Esto plantea una nueva ética digital: la privacidad como bien común. Defenderla no es un acto egoísta, sino una manera de cuidar el ecosistema social del que dependemos. Pero también implica educación. Necesitamos alfabetización mediática y emocional, es decir, aprender a identificar las estrategias de manipulación, distinguir información de propaganda, y comprender que cada clic tiene un impacto político.
Marta Peirano y Nicholas Carr coinciden en algo esencial: entender la tecnología es la forma más efectiva de resistirla. No se trata de desconectarnos del mundo digital, sino de reapropiarnos de él, construir espacios más éticos y humanos, donde los algoritmos sirvan al conocimiento y no al control. Tal vez la pregunta no sea si Internet nos está cambiando, sino si todavía tenemos la voluntad de cambiar Internet.
🎧 Break Cultural — Para seguir pensando
La red no duerme, pero nosotros tampoco deberíamos dormirnos frente a lo que hace con nosotros. Si queres seguir explorando cómo la tecnología moldea nuestra forma de pensar, sentir y decidir, te invito a escuchar el nuevo episodio de Perspectivas, el podcast donde amplío los temas de este post.
🎙️ Capítulo 2: “Vigilados: entre la privacidad y la pantalla” — disponible en Spotify.
En la era digital, nuestras ideas, emociones y hasta nuestra identidad están siendo moldeadas sin que lo notemos. ¿Realmente pensamos por nosotros mismos o somos productos de algoritmos, vigilancia y marketing emocional? En este espacio destapo las distorsiones de la autopercepción, los peligros invisibles del control social y cómo Internet está reprogramando nuestra mente. ¿Estás listo para ver lo que no quieren que veas?
Autopercepción en la Era Digital
En la era digital, donde todos opinan sobre todo, el efecto Dunning-Krugeres el invitado invisible en casi cada debate. Este sesgo cognitivo nos dice que, irónicamente, cuanto menos sabe alguien sobre un tema, más seguro se siente de tener razón. Mientras tanto, quienes realmente dominan un área suelen ser los más cautelosos a la hora de emitir juicios tajantes, precisamente porque comprenden su complejidad.
Esta paradoja explica por qué aumentan los "todólogos" en redes sociales, y también por qué funcionan tan bien la publicidad, el marketing y la política: cuánto mas convencido suena alguien, más confiamos. Y en un entorno donde la percepción vale más que la verdad, opinar con firmeza se vuelve más rentable que tener razón.
El problema es que esta sobreconfianza puede ser contagiosa. Alguien ignora lo que no sabe, se siente con derecho a opinar, y esa opinión errónea o engañosa se viraliza. Así la ignorancia no solo habla, sino que hace ruido. Y en ese ruido digital, el conocimiento real muchas veces queda fuera del algoritmo.
Del derecho al riesgo: La privacidad en peligro colectivo
En un mundo hiperconectado, nuestra privacidad ha dejado de ser un asunto individual para convertirse en un problema político y social de primer orden. Cada clic, cada búsqueda, cada "me gusta" se convierte en un dato. Y esos datos, lejos de desaparecer, se almacenan, se analizan y se utilizan para vigilarnos, manipularnos hasta controlarnos.
Como advierte Marta Peirano, la vigilancia debe ser entendida como un problema estructural y colectivo, comparable con la crisis climática: no basta con protegerse uno mismo, sino que necesitamos de acción conjunta. Mientras más aceptamos esta vigilancia como "normal", más renunciamos a derechos que deberían ser innegociables.
Un ejemplo claro es el caso de TikTok, acusado de recolectar masivamente datos de usuarios y compartirlos con el gobierno chino, en una estrategia que mezcla entretenimiento, vigilancia y geopolítica.
Durante la pandemia, este problema se profundizó. Las apps de rastreo y monitoreo sanitario, justificadas por la emergencia, abrieron la puerta a prácticas de vigilancia opacas y sin suficientes controles. Como señala Carissa Véliz, en la era digital el poder está en los datos: quien tiene los datos: tiene el poder. Y eso puede costarnos caro.
La pregunta de fondo no es solo quién nos vigila, sino para qué. Nuestros datos son el insumo principal de una nueva forma de poder invisible, persistente y, sobre todo, consentida aunque no comprendida.
Cómo Internet rediseña nuestra mente
Desde su irrupción en la vida cotidiana, Internet ha transformado la forma en que pensamos, nos relacionamos y tomamos decisiones. Lejos de ser una herramienta neutral, su diseño, especialmente el de las redes sociales, motores de búsqueda y sistemas de recomendación, está profundamente entrelazado con procesos psicológicos que pueden amplificar vulnerabilidades humanas.
Uno de los efectos más visibles es la creciente dependencia que desarrollamos hacia la red y las redes sociales, lo que afecta directamente nuestra capacidad de concentración y atención. La naturaleza fragmentada del contenido digital y la estimulación a través de notificaciones generan una interrupción continua de nuestros procesos cognitivos.
Este entorno favorece la búsqueda de gratificación inmediata, reduciendo la capacidad para mantener la atención en actividades prolongadas o complejas, y propiciando hábitos que a largo plazo pueden perjudicar nuestro bienestar mental y emocional.
Además, el poder de Internet actúa como un instrumento sofisticado para influir en nuestras emociones y decisiones. Las técnicas de neuromarketing, apoyadas en el análisis de masivo de datos, permiten a empresas y organizaciones diseñar estrategias personalizadas que apelan directamente a nuestras reacciones emocionales. De esta forma, orienta nuestros hábitos de consumo, opiniones y creencias.
Por último, es fundamental reflexionar sobre la naturaleza misma de la tecnología que utilizamos. Comúnmente se considera que Internet y las plataformas digitales son herramientas neutrales al servicio del usuario, la realidad es más compleja.
Los algoritmos y diseños de estas tecnologías tienen intenciones específicas: están hechos para captar nuestra atención. A menudo priorizan la viralidad, el tiempo de uso o el engagement por encima de otros valores como la veracidad o el bienestar del usuario. Esto muestra que no solo usamos la tecnología, sino que ella también influye en cómo pensamos y actuamos. Resulta necesario debatir sobre el diseño tecnológico y qué postura queremos asumir frente a estas fuerzas invisibles pero influyentes.
El salto evolutivo hacia la hiperconectividad
La expansión global de Internet originó un nuevo tipo de sujeto: el Homo Interneticus, guiado por la conexión permanente, la sobreinformación y la interacción digital. Se trata de una transformación cultural que reconfigura nuestra forma de ser y relacionarnos.
Como muestra el documental de la BBC que da nombre al concepto, esta figura no es una exageración futurista, sino una realidad observable especialmente en países como Corea del Sur, donde se han documentado casos extremos de adicción a la web. La comparación con el Homo Videns de Sartori resulta inevitable: si antes era la televisión la que condicionaba la percepción, hoy lo hacen las redes, los algoritmos y la inmediatez digital.
Se expresa con claridad en las redes sociales. Plataformas como Facebook o Instagram no solo nos conectan: nos empujan a construir una versión pública de nosotros mismos. Vivimos una vida “editada” para ser vista, más que vivida. La exposición constante genera una ilusión de autenticidad y la necesidad de una validación externa.
Otro rasgo de esta nueva era es el cambio en nuestras relaciones. El “Número de Dunbar” sugiere que solo podemos mantener vínculos estables con unas 150 personas. Sin embargo, las redes nos muestran listas infinitas de “amigos” o “seguidores”. Muchas veces, el rol que cumplimos en redes es más cercano al del voyeur: observamos la vida de otros sin participar realmente. Lo social se vuelve espectáculo, y el vínculo, consumo.
La mente del Homo Interneticus también ha cambiado. La sobrecarga informativa nos aleja del pensamiento lineal y profundo. En lugar de “erizos”, que siguen una idea central, somos más bien “zorros”, saltando de dato en dato.
La política también fue transformada por la lógica digital. Hablamos hoy de Política 2.0: campañas, debates y militancia que ya no ocurren solo en plazas o medios tradicionales, sino en redes sociales y plataformas digitales. Las redes democratizan la palabra, pero también la simplifican. Los discursos se reducen a frases breves, los argumentos a memes, y los matices se pierden entre algoritmos que premian lo emocional antes que lo racional.
Twitter (ahora X), TikTok o Instagram son nuevas arenas políticas. No solo comunican: crean climas de opinión, generan polarización y pueden movilizar masas en tiempo real. Un hashtag puede reemplazar un anuncio y viralizar una consigna en minutos.
Reflexiones
Al comparar la lectura tradicional de un libro con la experiencia digital, se evidencia una transformación no solo en el formato, sino en la forma que procesamos la información. La lectura digital, con sus distracciones constantes y fragmentación del contenido, puede afectar nuestra capacidad de concentración profunda y pensamiento crítico, aspectos que la lectura tradicional fomentaba de manera más natural. Esta diferencia subraya cómo las tecnologías influyen directamente en nuestra mente y hábito.
Cada vez hay más evidencias de que Internet no solo modifica lo que hacemos, sino cómo pensamos. Estudios neurocientíficos muestran que la navegación constante, el salto entre pestañas y la lectura superficial en pantalla afectan nuestra capacidad de concentración y memoria a largo plazo. Nos volvemos más rápidos para detectar información, pero menos hábiles para profundizar, reflexionar o mantener el foco. Pensamos en red, como navegamos: de forma fragmentada, veloz y reactiva.
Estas interrogantes nos invitan a reflexionar sobre cómo queremos que evolucione nuestra relación con la tecnología, qué límites y valores debemos proteger, y cómo podemos mantener el equilibrio para preservar la autonomía. El futuro dependerá en gran medida de nuestra capacidad para entender estas transformaciones y tomar decisiones conscientes que garanticen un desarrollo tecnológico al servicio del bienestar humano y no al revés.
¿Te interesa el tema? Escuchá mi último episodio Identidades en línea: el sujeto atrapado en la era digital en mi podcast Abramos el Tema.🎧 Escúchalo ahora
Que vivimos rodeados de pantallas es un hecho. Todo pasa por ellas la lectura, el trabajo, el descanso y las relaciones. Pero más allá del uso cotidiano, hay una pregunta que cada vez suena más fuerte: ¿cómo nos está cambiando todo esto? Este artículo busca detenernos en esas transformaciones invisibles que la vida digital provoca día a día.
La ilusión del saber y el ruido de las voces seguras
Internet permitió democratizar la palabra, pero también amplificó la sobreconfianza de los usuarios. El famoso efecto Dunning-Krugerexplica cómo, muchas veces, quienes menos saben son los que más seguros hablan. Y en la era digital, eso tiene un micrófono constante. En televisión o redes, vemos ejemplos todos los días, todos somos dueños de la verdad o de nuestra verdad, algunos panelistas opinan con firmeza sobre temas complejos, sin información ni formación suficiente.
En Argentina lo vimos muchas veces. Durante la pandemia, algunos comunicadores promovían tratamientos sin evidencia científica, como el consumo de cloro o dióxido de cloro, poniendo en riesgo la salud pública. En programas deportivos, otros minimizaban la salud mental de los jugadores, reduciendo problemas profundos a frases vacías, por la realidad de estas personas
El punto no es señalar con el dedo, sino entender que la palabra pública tiene peso. Cuando se habla desde un micrófono, se influye, se moldea la opinión y se instala una manera de pensar. La responsabilidad del comunicador, ya sea profesional o no, debería ser la de informar y empatizar, no solo entretener.
Privacidad y vigilancia: los nuevos límites de la libertad
“Si no pagás por el producto, vos sos el producto.” Esa frase, que suena cliché, nunca fue tan real. Hoy nuestros datos son la moneda más valiosa, lo que vemos, compramos, sentimos y compartimos alimenta algoritmos que conocen más de nosotros que nosotros mismos.
Casos como el de Cambridge Analytica, donde millones de perfiles fueron utilizados para manipular elecciones, o las investigaciones sobre TikTok y su posible relación con el gobierno chino, no son solo polémicas tecnológicas: son recordatorios de que vivimos en un sistema de vigilancia permanente.
Como dice Marta Peirano, la vigilancia digital no es un problema individual, sino colectivo. No alcanza con “cuidar tus datos” si el entorno digital entero está diseñado para recolectarlos. A esto se suma lo que planteaba Carissa Vélizdurante la pandemia, las apps de seguimiento de COVID recabaron información sensible sin transparencia ni regulación.
En este contexto, la privacidad no es solo un derecho, es una forma de resistencia. Resistir a la idea de que todo debe ser público, medido o compartido.
Atención, estímulo y agotamiento
Pasamos casi 7 horas diarias frente a pantallas, según informes de We Are Social 2024. Y sin darnos cuenta, eso modifica la forma en que pensamos. La lectura tradicional exige pausa, concentración y tiempo. Pero lo digital nos acostumbra a los saltos, casi como una clase de Funcional, pero aca es de un video a otro, de un titular a un tweet, sin hilo conductor. Esa dinámica fragmenta la atención y entrena al cerebro para la inmediatez.
Lo curioso es que nos volvimos expertos en la “inmersión” digital, pero con contenidos que muchas veces no nutren. Podemos pasar horas mirando reels o historias, pero pocos minutos leyendo algo extenso. Y eso no es casualidad: las plataformas están diseñadas para retenernos, no para enseñarnos.
El autor Nicholas Carr, en Superficiales, plantea que internet no nos vuelve tontos, pero sí más impacientes. El pensamiento profundo nos resulta incómodo, y la dopamina que generan las notificaciones reemplaza la satisfacción de entender algo realmente.
El nuevo yo digital: entre la exposición y la soledad
Sherry Turkle lo explicó mejor que nadie, en internet no mostramos quiénes somos, sino quiénes queremos ser. Las redes nos dan una identidad moldeable, editada, filtrada. Publicamos lo bueno, ocultamos lo demás. Y así, terminamos construyendo una versión idealizada de nosotros mismos que muchas veces nos exige más de lo que nos representa.
Antes leíamos de izquierda a derecha, ahora, de arriba hacia abajo. Antes seguíamos una idea, hoy saltamos entre estímulos. Esa transformación no es menor, ya que cambió la manera en que procesamos la información.
Los investigadores llaman a esto el paso del pensamiento “erizo” (profundo y concentrado) al pensamiento “zorro” (rápido y disperso). No necesariamente es algo malo, pero exige adaptarnos. Saber cuándo hace falta velocidad, y cuándo profundidad.
Leer en digital y recordar: una nueva batalla mental
Tal vez el desafío más grande no sea desconectarnos, sino reaprender a estar presentes. Volver a leer sin apuro, a mirar sin comparar, a informarnos sin ruido.
La tecnologia ¿Amiga o enemiga?
La tecnología no es el enemigo. Somos nosotros quienes decidimos cómo convivir con ella.
Usarla con conciencia puede potenciar nuestra vida, pero hacerlo en automático, puede drenarla. Quizás la verdadera pregunta no sea “qué nos hace internet”, sino “qué hacemos nosotros con internet”. Porque si todo se mide en clics, reproducciones y seguidores, el mayor acto de libertad puede ser elegir en qué poner la atención.
Si te quedaste pensando en todo esto, te invito a escuchar el episodio del podcast Tu Vida en Línea.
Allí profundizamos desde la voz y la experiencia, con ejemplos, historias y una pregunta que sigue abierta: ¿Quiénes somos cuando nos desconectamos?
Internet se convirtió en una parte fundamental de nosotros, sin embargo, se esconden realidades sobre el uso de nuestros datos, la manipulación psicológica y el cambio en nuestra forma de pensar. Acá, exploraremos estos temas sobre el entorno digital.
Ahora podes escuchar el artículo mediante Ivoox y Spotify. Lo que vas a escuchar te va a hacer repensar todo lo que sabías. Dale play!
EFECTO DUNNING-KRUGER : El falso sabelotodo.
¿Alguna vez te encontraste con alguien que opina con mucha seguridad sobre un tema del que parece saber poco? Este fenómeno es conocido como el efecto Dunning-Kruger, descubierto en 1999 por David Dunning y Justin Kruger.
¿Qué es? Es cuando las personas con menos conocimiento o habilidad en un área sobreestiman sus capacidades, convirtiéndolos en los que más opinan y toman decisiones.
El opuesto: Los más experimentados y formados sobre el tema son los que más dudan al dar una opinión.
En la era digital: El acceso masivo a información crea la ilusión de que sabemos demasiado. Como cuando vemos un video en YouTube sobre cómo hacer una cirugía, ahora nos sentimos expertos del tema. Por eso en los medios vemos muchas personas opinando sobre política, salud, ciencia y muchos otros temas.
Por eso, hay que reconocer nuestras limitaciones, aceptar que no tenemos todas las respuestas y estar abiertos a aprender de los demás.
CAÍDA EN PICADA: Privacidad, vigilancia y control.
Como dijo la filósofa Carissa Véliz: "Al principio no lo sabíamos, pero ahora entendemos el poder que nos están arrebatando".
En su charla con Nmás, nos habla sobre ser conscientes del uso de nuestros datos. Advierte que cada dato que dejamos: búsquedas, ubicación, fotos, likes, etc. Aumenta el control de las corporaciones y gobiernos. "Cediendo información, hacemos que quien tiene nuestros datos decida por nosotros".
Por eso, Carissa dice: "Hay que eliminar la economía de datos, que es muy peligrosa, erosiona la democracia y la igualdad, y representa un riesgo para la seguridad".
En TEDx, Marta Peirano argumenta que la vigilancia es un problema colectivo. Lo asemeja con el cambio climático: Todos los sufrimos, incluso quien intenta cuidarse (es decir, podemos no manejar autos, cuidarnos, ser veganos, pero si todos no hacemos esto, caemos igual).
Haciendo click aquí podés ver una nota más elaborada sobre el tema de privacidad, hecha por mí.
Un caso que nos deja atónitos es la aplicación de Tiktok.
Detrás de bailes y de ese feed entretenido, la aplicación es acusada de recopilar datos masivos de usuarios y compartirlos con una empresa de su origen, China. Lo que nos parece entretenido puede resultar peor: una herramienta que se usa para extrema vigilancia disfrazada de diversión.
Sabemos que China tiene controlados a todos sus habitantes, pero así también nos espía desde TikTok.
Ese feed utiliza algoritmos que recolectan información de cada video que miramos. Aprenden de nuestros intereses por haber dejado un like o comentario.
Con esto consiguen que el contenido se ajuste cada vez más a lo que queremos ver.
Algo interesante sobre esto, China tiene su propia versión de Tiktok, una red que no tiene bailes ni tonterías. Es totalmente educativa, con experimentos, y solo se puede usar 40 minutos al día, con horario de apertura y cierre. Nuestra versión occidental al no tener esto, ¿Creés que nos quieren hacer más tontos a nosotros?.
Esto no es todo lo malo de Tiktok, en el siguiente apartado seguimos hablando porque es preocupante su uso.
IMPACTO PSICOLÓGICO: Manipulación de emociones por parte de las redes
Ahora más que nunca estamos en un entorno digital diseñado para captar y retener nuestra atención.
No es que usemos mucho internet, sino que ellos nos usan a nosotros.
Como avisé en el apartado anterior, vamos a hablar de Tiktok.
Seguramente pensemos que es un red social común y corriente para subir videos, pero no: es un veneno, una droga digital que va camino a destruir una generación.
En un artículo se advierte del riesgo significativo en el malestar psicológico y los problemas de salud mental a través de la manipulación emocional.
El algoritmo que utilizan está diseñado para retenernos. Aprende rápidamente nuestras vulnerabilidades y, en segundos, puede mostrarnos videos que nos llevan al enojo o la tristeza, generando un carrusel emocional de ansiedad y depresión.
No solo nos manipulan emocionalmente, sino que también reducen nuestras capacidades.
Los estímulos breves y fragmentados entrenan el cerebro para respuestas rápidas y saltos constantes.
Como explica Francisco Shibata en su vídeo, esto empobrece nuestra atención, nuestra memoria a largo plazo y la lectura profunda.
De esto tengo un artículo donde hablamos de los efectos de Internet, gracias al libro Superficiales de Nicholas Carr.
Ahora un punto clave: el neuromarketing.
Descubren nuestras emociones para ser explotadas. Las empresas miden nuestras reacciones cerebrales y patrones de atención para después diseñar anuncios/propagandas atractivas e irresistibles que activan regiones cerebrales asociadas al deseo.
El documental de la BBC "Revolución virtual" plantea que surgió una nueva generación: Ahora toda la vida está en internet.
Las pantallas son el hábitat natural y su identidad, digital.
Hoy muchas personas viven conectadas a internet. Se mandan mensajes, estudian y trabajan en línea.
Esta conexión constante creó una nueva manera de ser: Homo interneticus, un humano moldeado por la red.
La científica Susan Greenfield dice: "Los niños están creciendo solo en la vida online". Es claro y justamente el documental nos muestra ese problema en Corea, la adicción de los niños.
El antropólogo Robin Dunbar descubrió que los seres humanos solo podemos mantener relaciones con 150 personas.
Muchas veces vemos que hay gente que dice "Yo conozco a todos mis amigos de Facebook", aun teniendo miles de amigos. Pero esto es totalmente falso: quizás los conoce por nombre, pero nunca los vio o entabló una conversación.
Esto es solo un juego de observación, donde se agregan para exponer su vida y que otros miren.
El documental muestra cómo una simple hamburguesa gratis vale más que 10 amigos en Facebook. Al final, 233.906 personas fueron eliminadas de amigos en la red social. Ahora, la pregunta es ¿Realmente eran amigos o solo espectadores?
Clay Shirky en Revolución virtual: "La gente vive la experiencia de tener miles de amigos, pero en realidad ninguno tiene miles de amigos".
A todo esto, ¿no sentís que cambió tu forma de pensar?
Estudios dicen que los usuarios digitales desarrollan un pensamiento asociativo o fragmentado, es decir, saltar de un lado a otro.
Estos son los "zorros", mientras los "erizos" tienen un pensamiento lineal y concentrado, desarrollando una lectura más profunda.
Somos hábiles para encontrar información, pero menos profundos para analizarla.
Buscamos solo palabras claves en diferentes párrafos, y esto cambia la manera en que entendemos al mundo.
No se trata de generar rechazo a la tecnología, sino de aprender a usarla sin que nos disperse.
Leer mediante una pantalla hace que recordemos menos y comprendamos peor los textos largos.
Propongo que tengamos pausas para leer libros, ya que requieren tiempo, concentración y paciencia. Los libros no nos manipulan ni nos dañan psicológicamente, algo muy diferente a la web, que nos hace saltar de un enlace a otro, cambiando pestañas.
Después de leer todo esto... ¿Creés que es importante retomar las lecturas profundas?
Autopercepción, privacidad y control en la era digital: cómo las redes sociales y la hiperconexión transforman nuestra identidad y nuestra forma de pensar.
En la era
digital, nuestras percepciones están cada vez más mediadas por pantallas. El efecto Dunning-Kruger https://www.youtube.com/results?search_query=efecto+dunning-kruger,explica cómo, muchas veces, creemos saber más de lo
que realmente sabemos. En las redes, esto se potencia: todos opinamos, pero
pocas veces nos detenemos a cuestionar la base de nuestras certeza
Privacidad, vigilancia y control social
La
privacidad, más que una cuestión individual, es un “derecho colectivo”. La
periodista ¡Marta Peirano! advierte que la vigilancia digital no solo busca
seguridad, sino también control social. información completa en https://www.youtube.com/watch?v=7wPFYdazgUs&t=2s
En su
charla TEDxMadrid, Marta Peirano plantea una idea poderosa: la vigilancia
digital no es un problema individual, sino colectivo, tan global y urgente
como el cambio climático.
Hoy sabemos
que nuestros dispositivos nos escuchan, nos localizan y registran nuestra
vida, incluso cuando creemos haber desactivado esas funciones. Gobiernos y
corporaciones utilizan esos datos para controlar, manipular y condicionar
comportamientos, desde campañas políticas hasta persecuciones étnicas o la
separación de familias migrantes.
El caso “TikTok”
lo demuestra: detrás del entretenimiento, existen sospechas de espionaje y
recopilación masiva de datos. contenido completo en👉 https://mashable.com/article/tiktok-china-access-data-in-us
Un informe de la firma de investigación de seguridad Penetrum descubrió que la aplicación realiza una “cantidad excesiva de recolección de datos”. Información completa en https://blackopspartners.com/tiktok-is-spyware-for-the-chinese-regime-cyber-experts-warn/
Según
nuestro conocimiento y análisis, parece que TikTok rastrea excesivamente a sus
usuarios y que los datos recopilados se almacenan, parcial o totalmente, en servidores
chinos del proveedor de servicios de internet (ISP) Alibaba, según el informe.
Alibaba es una importante empresa de internet en China.
China ha
construido un sistema de vigilancia masiva sin precedentes, combinando cámaras
con reconocimiento facial, inteligencia artificial y big data. Todo esto se
presenta como una herramienta para mejorar la seguridad y la eficiencia social,
pero en la práctica funciona también como un mecanismo de control político.
Durante la
pandemia, pensadoras como (Carissa Véliz https://www.youtube.com/watch?v=nftydEMH8V4) alertaron sobre cómo las aplicaciones
sanitarias podían poner en riesgo nuestros derechos si no se regulaba el uso de
la información personal
Carissa
Véliz sostiene que la privacidad es una forma de poder. Cuando la cedemos,
perdemos control sobre nuestras vidas y nuestra libertad. Los datos se han
convertido en el recurso más valioso de la era digital, y quienes los poseen
—empresas tecnológicas y gobiernos— son los que realmente tienen el poder
Internet y nuestra mente: la batalla por la
atención
Vivimos
hiperconectados, pero paradójicamente, cada
vez menos concentrados. Las plataformas compiten por captar nuestra
atención, fragmentando nuestro tiempo y moldeando nuestras emociones.
El “neuromarketing”
y la manipulación emocional son estrategias comunes que influyen en cómo
consumimos y en lo que pensamos
¿Cómo
funcionan?
Análisis
cerebral: Se utilizan técnicas de neurociencia para analizar las respuestas del
cerebro a los estímulos de marketing, tanto a nivel consciente como
subconsciente.
Apelación
emocional: Se busca conectar con los consumidores a un nivel emocional, ya que
las emociones son un poderoso impulsor del comportamiento y la decisión de
compra.
Adaptación
de la estrategia: La información obtenida se utiliza para diseñar campañas de
marketing más efectivas, que pueden incluir elementos como el uso de colores,
el diseño, la música, la escasez o el principio de prueba social.
Creación de
lealtad: El objetivo final es ir más allá de la simple transacción comercial,
creando una relación de lealtad a largo plazo con el cliente al fortalecer los
sentimientos positivos hacia una marca.
.¿Las
tecnologías son neutrales? La respuesta no es simple: detrás de cada diseño hay
una intención, y muchas veces, esa intención busca moldear nuestro
comportamiento.
Homo
Interneticus: la nueva identidad digital
Nace una
nueva especie social: el Homo
Interneticus.
Una
generación que vive conectada las 24 horas, que se muestra, se compara y
construye su identidad en las redes.
Como
plantea “Sherry Turkle”, en Facebook o Instagram no mostramos quiénes somos,
sino quiénes queremos ser.
El “Número de Dunbar” recuerda que solo podemos
mantener vínculos significativos con unas 150 personas, pero en la web ese
límite se disfraza de miles de “amigos”.
Vivimos
observando y siendo observados, en una especie de “voyeurismo digital”
permanente.
Además, el
pensamiento cambia: pasamos del razonamiento lineal (los “erizos”) a un pensamiento asociativo y
fragmentado (los “zorros”).
Reflexión final:
¿libertad o dependencia?
Leer un
libro requiere tiempo, silencio y profundidad. Leer en Internet, en cambio, nos
acostumbra al salto constante, a la distracción. La
lectura de libros físicos fomenta la concentración y la profundidad al requerir
un enfoque sostenido, en contraste con la lectura en internet, que promueve la
distracción y la superficialidad debido a la naturaleza fragmentada de los
contenidos digitales y las notificaciones constantes. La lectura profunda
desarrolla el pensamiento crítico y la empatía, mientras que la lectura en
internet a menudo se limita al escaneo de información rápida y a saltos entre
tareas
La
evidencia muestra que la red está
reconfigurando nuestra forma de pensar.
La gran
pregunta sigue abierta:
¿Estamos
viviendo el comienzo de una nueva inteligencia colectiva o el final de nuestra
capacidad de pensar por nosotros mismos por culpa de la tecnología?
Conclusión:
Esta publicación nos invita a repensar nuestra relación con la tecnología. No se trata de
rechazarla, sino de comprender cómo nos
moldea, cómo condiciona lo que vemos, pensamos y sentimos. La tarea es
recuperar el control: de nuestra atención, de nuestra privacidad y, sobre todo,
de nuestra autopercepción.
Hace años que la red ya no es la misma. En un primer momento, el uso de la misma estaba restringida a instituciones académicas y gubernamentales, bajo la National Science Foundation, pero hoy sus actividades corresponden a otros intereses. La red se hizo comercial en 1995, cuando se levanto la prohibición de realizar con fines lucrativos en internet.
Por Valentina Luna Sosa
Los famosos "Data Brokers"
En una economía centrada en la información, los "Data Brokers" (corredores de datos) desarrollan un papel fundamental. Estas empresas especializadas en recolección, almacenamiento, procesamiento y venta de datos están en auge. Según Rodrigo Tellez en el blog "Líder Empresarial", los mas relevantes a nivel global son Acxiom, Experian, Equifax, CoreLogic y Nielsen.
Estas compañías poseen distintos intereses. Por un lado, Acxiom tiene una preferencia por los datos que incluyen políticas, antecedentes de salud y hábitos de compra, con el fin de crear perfiles detallados de consumidores. Por otro lado, Equifax y Experian poseen un enfoque en el sector financiero, con el objetivo de ofrecer soluciones para la evaluación de riesgos y prevención de fraudes.
Sin embargo el poder de estos "Data Brokers" no es infinito. Si bien la industria del dato esta en pleno auge, con una estimación de crecimiento de un 5.9% anual (alcanzando los 350 billones de dólares en 2026) hay limites. Las regulaciones provienen mayormente de Europa, comenta Rodrigo en su blog.
El Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), en Europa, exige a las empresas a pedir consentimiento explicito a los usuarios para recopilar su información y les permite el "derecho al olvido", eliminando los datos personales. Igualmente se pone en duda su aplicación.
El caso de Whatsapp se presta a debate. En 2021, la aplicación anuncia cambios en sus condiciones de uso. Esto implicaba compartir mayor información con los usuarios de Facebook, su empresa propietaria. Se genero revuelo ya que no se ofrecía la opción de rechazar el intercambio de datos, quien no aceptara no podía utilizar la plataforma.
Según Carissa Véliz, profesora de Oxford y experta en privacidad y protección de datos, este caso refleja como las grandes plataformas imponen condiciones autoritarias, donde el usuario debe elegir entre entregar sus datos o perder el acceso a una herramienta esencial de comunicación. También supone una falta de respeto por la privacidad y el agotamiento social frente al abuso de las compañías tecnológicas.
El problema radica en el comercio de datos por parte de las grandes corporaciones. Esta demanda de información, eleva el auge de los mercados. Sin embargo, hay grandes preocupaciones sobre la privacidad digital.
¿Qué es la privacidad digital?
La privacidad digital es el grado de control que los usuarios poseen respecto de su contenido personal. Es realmente necesario que tomemos acción sobre nuestra "huella digital", es decir, sobre la información personal que se genera mediante el uso de estas tecnologías informáticas. Datos como las contraseñas, nombre de usuario, fotografías, documentos de identificación y el historial en línea conforman esa huella.
Decir Web | Comunicación digital en la Universidad Nacional de Quilmes
Decir Web es el blog escrito por los estudiantes de las asignaturas "Seminario y Taller de Periodismo digital" y "Medios, Internet y Comunicación digital" de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes.