Escrito por Agustina Iturbe
Mientras que las nuevas inteligencias artificiales prometen productividad, innovación y eficiencia, hay una realidad mucho menos cómoda que rara vez se muestra, donde también genera desigualdad, dependencia y nuevas formas de esclavitud para las personas.
La promesa del progreso
Cada revolución tecnológica se presentó como un salto hacia la libertad. Cuando arrancó la revolución industrial se prometió que el progreso iba de la mano con las máquinas para mejorar la productividad y eficiencia de la labor, por ende las personas serían menos explotadas. La informática aún más eficaz y el aumento de la colección de datos a alta velocidad, la interconexión con personas de todo el mundo y la amplitud de la conectividad. Ahora, con la revolución de las inteligencias artificiales nos promete tiempo libre, ocio y creatividad al alcance de todos. Pero cada avance tiene un costo oculto, porque la revolución agrícola trajo jerarquías, la industrial trajo explotación y la digital trajo niveles más extensos de vigilancia y dependencia.
Hoy el trabajo no desaparece, sino que se ha transformado. Ya no sólo generamos ganancias a las grandes empresas al comprar, sino que también ganan cuando producimos datos. Cada clic, cada búsqueda, cada “me gusta” alimenta una economía invisible donde el producto somos nosotros. Guillermo Lopez define este fenómeno como “feudalismo digital”, ya que las grandes corporaciones tecnológicas son los nuevos señores de esta era, y nosotros, sus siervos modernos. Cuando usas una app gratuita, lo que vale no es solo el dinero, sino tu información. Y esa información, para ellos, vale más que el oro.
El nuevo colonialismo de la inteligencia artificial
Cuando pensamos en el colonialismo usualmente nos imaginamos barcos y conquistas. Pero hoy, las fronteras que se invaden no son físicas, sino digitales. Y las materias primas no son minerales, sino los datos de cada uno de nosotros.
Actualmente varios autores llaman “colonialismo de la inteligencia artificial” a un nuevo fenómeno, ya que se replican los viejos mecanismos de dominación global, donde unos pocos países concentran la tecnología y las ganancias, mientras el resto provee materia prima digital y mano de obra barata. Empresas del Norte Global usan servidores en el Sur, tercerizan tareas y recolectan datos sin soberanía local.
También existe el colonialismo cognitivo donde los algoritmos se entrenan con datos de países primermundistas, dejando fuera nuestras lenguas, tradiciones y culturas. En definitiva, impone una sola forma de ver el mundo, blanca, masculina y occidental, y todo lo que no encaja inevitablemente se invisibiliza.
A eso se suma la mano de obra barata, donde miles de personas en Kenia, Venezuela o Filipinas trabajan etiquetando imágenes o moderando contenido. Como en todos los sistemas económicos, los trabajadores por fuera de los países desarrollados, cobran demasiado poco por la cantidad de trabajo que ejercen. Claramente se aprovechan de las economías empobrecidas para sacar más ganancia, sin importar la ética. Su trabajo sostiene a las “máquinas inteligentes”, pero su nombre nunca aparece.
El estado y los datos privados
Algo que muy pocos tienen en cuenta es como la digitalización de los datos en sectores como educación, salud o seguridad, muchas veces se almacenan en servidores extranjeros. Sin darnos cuenta, entregamos información de millones de personas a las mismas corporaciones que criticamos por la venta de estos mismos y por la falta de esclarecimiento con la sociedad sobre su uso. Ya no hacen falta conquistadores, damos libremente nuestros datos al aceptar los términos y condiciones de una app sin ningún problema, ni averiguando al respecto.
Descolonizar la inteligencia artificial no significa rechazarla, sino reapropiarla, al crear modelos entrenados con datos locales, promover software libre y exigir transparencia con la sociedad. Porque si no lo hacemos nosotros, otros lo harán por su propia ganancia.
Educación y soberanía tecnológica
Después de todo esto, puede parecer que la IA es un monstruo imposible de controlar. Pero todavía hay un tercer camino posible, y pasa por algo que en nuestra región todavía tiene poder: la educación.
Según el Banco Interamericano de Desarrollo, la inteligencia artificial puede ser una herramienta transformadora si está al servicio de las personas, y no al revés. La educación puede ayudarnos a entender cómo funciona, a usarla críticamente y, sobre todo, a decidir cuándo y para qué queremos usarla.
El riesgo es que los algoritmos educativos que prometen “personalizar el aprendizaje” estén pensados a partir de lógicas primermundistas. Por eso, más que enseñar a usar tecnología, hay que enseñar a pensarla.
Como decía Paulo Freire, “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo.” Y esto también vale para el mundo digital. Necesitamos una educación crítica que humanice la tecnología, que revele quién la diseña, qué sesgos tiene y a quién beneficia. Y necesitamos soberanía tecnológica para poder decidir sobre nuestros sistemas digitales y proteger los datos de nuestras comunidades. No solo técnica, sino que también cultural, al crear tecnologías propias, pensadas desde nuestras realidades latinoamericanas. Imaginate una IA que enseñe historia sin borrar nuestras heridas y que entienda el conocimiento como algo colectivo, no solo productivo.
La soberanía tecnológica también implica la participación de docentes, estudiantes y ciudadanía para que tengamos voz y voto. Porque la soberanía no se decreta, se ejerce. Y en el mundo digital, se ejerce con conocimiento.
Para cerrar
La inteligencia artificial es uno de los mayores avances de nuestra época, pero también puede ser una trampa que promete libertad mientras refuerza desigualdades.
La pregunta es:
¿Seguimos siendo pasivos, viendo la tecnología avanzar alrededor nuestro, o hacemos algo al respecto para participar y adentrarnos en este mundo?
La IA no solo aprende de nosotros, también nos moldea. Y por eso, más que temerle, tenemos que entenderla, discutirla y decidir nuestro lugar frente a ella.
¿Qué pensás vos?
¿La IA es una herramienta de liberación o una nueva forma de esclavitud digital?
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