El costo de la IA: explotación laboral, fábricas de datos e impacto ambiental

Por Shaiel A. Acosta

La inteligencia artificial (IA) vive un momento de gloria. Para algunos, es una promesa de eficiencia, libertad y un futuro donde el trabajo será opcional. 

Pero ¿qué pasa si miramos más allá del esplendor tecnológico? Este informe especial busca justamente eso: revelar su costo humano, ambiental y social.

La promesa… y la realidad

Los discursos positivistas nos dicen que la IA llegó para liberarnos. Argumentan que nos esperan jornadas laborales más cortas u opcionales, más tiempo de ocio e incluso una vida mejor. Sin embargo, detrás de esa promesa hay un sistema que reproduce desigualdades conocidas y genera nuevas formas de dependencia.  

Mientras la automatización avanza, existen realidades paralelas menos visibles: personas trabajando en condiciones precarias para "entrenar" las inteligencias artificiales, y un impacto ambiental creciente, sostenido por centros de datos que consumen energía y agua a escalas descomunales. Un crecimiento que prioriza el beneficio económico sobre las consideraciones ecológicas. 

A esto se suma, la concentración de poder. El feudalismo digital, un orden donde el conocimiento, los datos y el poder se concentran en muy pocas manos. Corporaciones que actúan como señores feudales del siglo XXI profundizando la desigualdad.

La IA no es solo eficiencia y progreso. También es personas, recursos y decisiones que moldean su impacto. Y en este artículo abriremos el tema. 

¿Qué se esconde detrás?

Nos gusta pensar que la IA trabaja para nosotros: que los algoritmos están ahí para ayudarnos a decidir, a crear o a pensar más rápido. No sólo perdemos el pensamiento crítico, sino que poco a poco, esos mismos empezaron a decidir por nosotros. 

El cine moldeó gran parte de nuestra idea sobre ella. Solemos imaginar escenarios a lo Terminator o Matrix, con máquinas superinteligentes que se rebelan contra la humanidad. Esa visión está muy lejos de nuestra realidad y ese mito nos distrae de los verdaderos riesgos: la precarización laboral, la vigilancia masiva, los sesgos que refuerzan desigualdades y la automatización que ya está impactando nuestras vidas. 

El problema es un sistema actual que ya concentra un poder enorme en muy pocas manos. No es una rebelión robótica lo que debería preocuparnos, sino cómo los algoritmos actuales ya influyen en nuestras vidas sin necesidad de tener conciencia.

Aunque se nos presenta como una herramienta neutral, la IA responde principalmente a los intereses de quienes la desarrollan y financian: las grandes corporaciones tecnológicas. Son sus modelos, sus datos y sus reglas los que determinan cómo se comportan estos sistemas. Y ahí nos pregunto: ¿somos realmente usuarios… o somos materia prima?

Porque para funcionar, la IA necesita nuestros datos, nuestras interacciones, nuestros clics, nuestras conversaciones y nuestras preferencias. Cada acción alimenta un sistema que se vuelve más preciso, más rentable y más dependiente de nosotros.

Los trabajadores de datos: los humanos invisibles detrás de la IA

Cuando pensamos en estos sistemas inteligentes, imaginamos sistemas que aprenden solos. Pero no es así, paradójicamente la "inteligencia" depende de una masa de trabajadores invisibles. Detrás de ella hay miles de personas de todo el mundo realizando un trabajo manual, repetitivo y mal pago. Son los llamados trabajadores de datos

Su labor es la que le permite a la IA "entender" el mundo. Se encargan de etiquetar millones de datos e imágenes para enseñarle cómo actuar. Identifican información, como textos, clasifican imágenes, transcriben audios, describen vídeos o corrigen resultados, en una tarea tan constante como tediosa. Así. le indican al programa qué es cada cosa y en qué contexto se usa. Sin ese trabajo, la máquina no podría distinguir un gato de un perro. 

La mayoría está en países del Sur Global -Filipinas, Kenia, Venezuela, India o Uganda- donde las grandes compañías aprovechan la necesidad económica para ofrecer bajos costos laborales. Muchos trabajan desde cibercafés, con turnos irregulares y pagos fuera de término. Suelen no tener contratos, ni seguridad social, ni garantías. 

El problema es económico, pero también ético: la industria tecnológica promete progreso, pero reproduce viejas desigualdades globales. El conocimiento y el poder se concentran en el Norte; el trabajo duro y peor remunerado, en el Sur. 

La huella ambiental de la IA

Aunque la imaginemos como algo inmaterial, tiene un espacio físico. Es una red de servidores que laten como fábricas digitales. Depende de minerales, energía, agua y enormes infraestructuras. 

Cada búsqueda, cada comando a un asistente de IA, requiere una cantidad significativa de electricidad y agua para mantener y enfriar los centros de datos. Tiene un costo ambiental que suele quedar oculto. 

Su expansión implica cuestiones como: extracción de minerales, altos niveles de contaminación, emisiones de carbono, desechos electrónicos y presión sobre comunidades vulnerables donde se ubican los centros de datos. 

En regiones del oeste de Estados Unidos o en países del Sur Global, surgen tensiones por el uso intensivo de agua y energía. Algunos ven oportunidades económicas, otros aumentos en las tarifas, degradación ambiental y falta de trasparencia. Todo esto forma parte de lo que muchos describen como colonialismo de la IA: los beneficios quedan en el Norte Global, mientras los costos recaen en el Sur.

Este colonialismo no es solo económico. También es cultural. Los algoritmos aprenden desde visiones occidentales del mundo y, a menudo, ignoran otras realidades. Lo que se entrena, lo que se valida y lo que se considera “correcto” proviene de una perspectiva muy particular. La IA no es neutral: es un reflejo de la sociedad que la crea. Con sus aspiraciones, pero también con sus desigualdades.

Conclusión

La inteligencia artificial avanza con una velocidad que deslumbra, pero también revela un trasfondo que no podemos ignorar. Detrás de cada promesa de progreso existen costos humanos, ambientales y sociales que nos obligan a mirar con más atención. No es un ente neutral: refleja y amplifica las desigualdades del mundo que la crea. Entender estas dinámicas es el primer paso para construir un futuro más justo y consciente.

Si este tema te interesa y querés profundizarlo, te invito a escuchar mi podcast, donde entrevisto a una IA y exploramos estas preguntas desde adentro. Escúchalo acá 🎧






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