De la libertad digital al negocio de la vigilancia
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El documental de la BBC La Revolución Virtual: El precio de lo gratuito lo muestra con precisión: el verdadero costo de usar redes sociales, buscadores o plataformas “gratuitas” es entregar fragmentos de nuestra vida para alimentar un sistema que vive de conocernos mejor que nosotros mismos.
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Carissa Véliz y el poder de la privacidad
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| Carissa Véliz Imagen recuperada de su perfil en X |
“A partir de los datos se pueden inferir aspectos como orientación sexual, tendencias políticas, qué tan bien duermes o si padeces alguna enfermedad”.
Su advertencia más fuerte es que la privacidad no es un lujo ni una cuestión individual: es una forma de poder. Cuando la perdemos, otros deciden por nosotros. Las grandes corporaciones tecnológicas como Meta, Google o Amazon, no solo recolectan datos: los convierten en materia prima para moldear comportamientos, emociones y decisiones de consumo.
Esta “economía de la vigilancia” se disfraza de comodidad. Nos promete eficiencia, personalización, rapidez. Pero lo que ofrece, en realidad, es una estructura en la que la información se transforma en el nuevo petróleo del siglo XXI. Como señala Véliz, lo que está en juego no es simplemente la privacidad individual, sino la autonomía colectiva: la posibilidad de decidir cómo queremos vivir en un entorno digital sin ser permanentemente observados o condicionados por intereses comerciales. Y allí aparece la paradoja: el mismo sistema que nos promete libertad y conexión nos convierte, sin que lo notemos, en el producto más valioso del mercado.
De ese modo, llegamos al corazón del problema: la falsa gratuidad. Las apps y plataformas que usamos todos los días no son realmente gratuitas. El precio se paga con nuestra atención, nuestras preferencias y nuestras relaciones. WhatsApp, por ejemplo, prometió durante años que no compartiría información con Facebook; sin embargo, cambió sus condiciones y ahora ambas plataformas intercambian metadatos y perfiles de usuarios.
Lo que parece un simple acuerdo digital, aceptar los términos para continuar usando el servicio, es en realidad un contrato desigual. Como explica Véliz, las grandes empresas diseñan sus políticas de uso bajo la lógica del “todo o nada”: si no aceptás entregar tus datos, quedás fuera de la red social, del servicio de mensajería o de las herramientas que estructuran la vida cotidiana. Aceptar se vuelve casi inevitable, porque el costo social de no hacerlo es alto. Pero aceptar también significa ceder control. Es el mecanismo que sostiene a las plataformas “gratuitas”: cuanto más tiempo pasamos en ellas, más datos producimos, y cuanto más datos producen los usuarios, más precisión logran los algoritmos publicitarios. Entonces, el modelo de negocio es simple y brutal: si no pagás por el producto, el producto sos vos.
Esta lógica, como muestra La Revolución Virtual, transformó Internet en un gigantesco laboratorio de segmentación y predicción. Cada clic, cada búsqueda, cada scroll forma parte de un perfil dinámico que se vende en tiempo real a miles de empresas que compiten por captar nuestra atención. Lo que comenzó como un espacio de conexión se volvió una economía de la vigilancia que reduce la diversidad informativa y alimenta la polarización.
Entre la comodidad y el control
La pregunta que plantea La Revolución Virtual sigue siendo vigente: ¿Internet representa una revolución democrática o un nuevo modo de concentración del poder? Las grandes plataformas controlan buena parte del tráfico global. Google domina las búsquedas, Amazon el comercio electrónico, Meta la comunicación social, Apple los ecosistemas móviles y Microsoft la infraestructura digital. Este “club de los cinco” no solo acumula riqueza, sino también influencia política y cultural. Lo que comenzó como una promesa de libertad terminó funcionando como un sistema de vigilancia comercial, en el que cada acción deja huellas que se convierten en datos útiles para el mercado. Frente a esto, no alcanza con borrar cookies o cambiar contraseñas. Hace falta una nueva alfabetización digital que nos permita comprender cómo operan estos mecanismos y exigir regulaciones más justas. Como dice Véliz:
“Internet es hoy como el salvaje oeste; necesitamos un proceso civilizatorio que la vuelva más habitable”.
Recuperar el control no significa desconectarnos ni volver a un pasado sin tecnología. Significa entender el sistema para poder elegir dentro de él, y no ser arrastrados por un flujo de decisiones que otros toman en nuestro nombre.
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Carissa Véliz sostiene que “la privacidad es poder” porque quien controla la información controla las posibilidades de acción de los demás. Si una empresa sabe qué te gusta, qué te asusta, a qué hora te conectás o cuánto tiempo mirás una imagen, tiene una ventaja enorme para influir en tus decisiones. Y cuando esas empresas concentran los datos de miles de millones de personas, el poder deja de ser simbólico: se vuelve estructural.
El documental La Revolución Virtual lo mostraba de forma profética: lo gratuito tiene un costo, y ese costo es nuestra autonomía. Hoy ese diagnóstico se confirma en cada clic. Los sistemas de vigilancia y análisis de comportamiento ya no son una amenaza futura, sino una realidad cotidiana. Pero, como dice Véliz, no es una batalla perdida. Aún podemos transformar este escenario.
Recuperar el control implica repensar nuestras prácticas digitales. Aprender a configurar la privacidad, diversificar las fuentes de información, apoyar plataformas éticas y, sobre todo, revalorar el tiempo offline: leer sin interrupciones, conversar sin pantallas, pensar sin notificaciones. No se trata de nostalgia, sino de equilibrio. También exige un compromiso colectivo: presionar por leyes de protección de datos más firmes, exigir transparencia algorítmica y apoyar proyectos tecnológicos que respeten la privacidad por diseño. La Unión Europea avanzó con el GDPR, pero América Latina todavía enfrenta grandes desafíos.
Tal vez el verdadero cambio no pase por inventar nuevas plataformas, sino por cambiar la lógica de uso: volver a poner la tecnología al servicio de las personas y no al revés. La red puede ser un espacio de creatividad, educación y encuentro, siempre que entendamos sus riesgos y reclamemos nuestros derechos como ciudadanos digitales. En definitiva, recuperar el control es volver a hacer visible lo invisible: entender que cada dato tiene valor, que cada decisión digital tiene consecuencias y que la libertad en Internet no se defiende con desconexión, sino con conciencia crítica.
🕹️ Break cultural
Para quienes quieran seguir pensando el tema desde distintas miradas, acá van algunas sugerencias:
🎥 Documentales y series
- Coded Bias (Netflix): sobre los sesgos de los algoritmos y la discriminación en la inteligencia artificial.
- La Revolución Virtual (BBC, parte 3: El precio de lo gratuito): disponible en YouTube, analiza el origen del modelo comercial de la web.





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