El uso de pantallas impacta en el cerebro y la lectura de los niños. Descubrí cómo acompañar con equilibrio y hábitos saludables. Escrito por la Licenciada en Terapia Ocupacional Castro Entenza Carolina.
Vivimos en una época donde las pantallas nos acompañan casi todo el día. Son útiles, divertidas y nos conectan con el mundo. Pero distintos estudios señalan que un uso excesivo puede afectar áreas clave del desarrollo cerebral, especialmente en la infancia.
Un informe de Neuropsyedu señala que en bebés menores de 18 meses las pantallas no cumplen un rol formativo: aún no comprenden que los símbolos digitales representan el mundo real. Además, en niños mayores, el exceso de exposición se asocia a problemas de atención, alteraciones del sueño y aumento del riesgo de ansiedad o depresión.
En la misma línea, la
Fundación Bunge y Born advierte que el uso temprano de dispositivos reduce el juego libre, fundamental para ejercitar la creatividad, la empatía y la planificación. Según la OMS, los menores de tres años no deberían estar expuestos a pantallas, aunque en Argentina el 70 % de los niños de cinco ya usa celular.
Por otra parte,
National Geographic destaca que la luz azul de los dispositivos puede alterar los ritmos circadianos y, con el tiempo, afectar la memoria y el aprendizaje. También explica que la dopamina que liberan las pantallas tiende a volvernos menos sensibles al placer, lo que nos lleva a buscar más estímulos para sentir lo mismo.
La lectura es otro ámbito en el que estas transformaciones se notan con fuerza. El
Colegio Juan XXIII de Zaidín reflexiona sobre cómo la lectura digital ofrece accesibilidad e interactividad, pero a la vez fomenta una lectura superficial. Las notificaciones constantes y la multitarea hacen que sea más difícil retener lo leído y mantener la atención por períodos prolongados. En cambio, los libros impresos favorecen la inmersión, la concentración y la experiencia sensorial.
Nicholas Carr, en su libro Superficiales, resume esta tensión al decir: “Ya casi no puedo leer un libro largo… mi mente quiere ir saltando de un lado a otro”. Su observación encaja con lo que muestran las investigaciones: la fragmentación de la atención es uno de los principales desafíos de la cultura digital.
En este escenario, las familias cumplen un rol clave. No se trata de prohibir, sino de acompañar: establecer horarios razonables, proponer juegos, leer juntos y, sobre todo, dar el ejemplo. Pequeños gestos como compartir una caminata sin pantallas o dedicar un rato diario a la lectura pueden ayudar a equilibrar la balanza.
Como conclusión personal agregar que
la tecnología no es enemiga. Al contrario, puede ser una gran aliada siempre que aprendamos a usarla con equilibrio. Lo esencial es garantizar que la concentración, el juego y la lectura profunda sigan teniendo su lugar en nuestras vidas. Les dejo tres ideas para un uso equilibrado de pantallas:
- Momentos sin dispositivos: establecer rutinas diarias (entre comidas, antes de dormir) donde las pantallas no estén presentes para todos.
- Lectura compartida: alternar entre libros en papel y lecturas digitales, disfrutando juntos del momento, generar actividades que promuevan la creatividad.
- Juego libre y movimiento: reservar tiempo para actividades al aire libre que estimulen la creatividad y la interacción social de pares.
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