Cada vez que le pedís algo al ChatGPT, usas un filtro en una foto o ves una recomendación en Netflix, parece magia. Creemos que la IA es automática, limpia y futurista. Pero ¿Y si te dijera que esa "inteligencia" depende de un ejército invisible de millones de personas? Detrás de cada chatbot y cada algoritmo que ordena nuestras vidas digitales, hay miles de personas trabajando en condiciones precarias, comunidades enteras afectadas por el extractivismo tecnológico y una nueva forma de control social que se disfraza de eficiencia.
Te invito a charlar mas sobre esto en mi nuevo podcast:
Los trabajadores fantasma: el trauma detrás del algoritmo
La IA no se entrena sola. Detrás de cada modelo hay miles de personas en el Sur Global (especialmente en Kenia, Venezuela o Filipinas) que pasan horas frente a una pantalla etiquetando datos y moderando contenido. Ellos son quienes filtran las imágenes violentas, los discursos de odio y los videos que nadie quiere ver, para que los sistemas aprendan a reconocerlos. A cambio, reciben sueldos que apenas superan los 2 dólares por hora, sin cobertura médica, sin estabilidad y, en muchos casos, sin derecho siquiera a hablar de su trabajo por culpa de contratos de confidencialidad (los famosos NDA)
Muchos desarrollan trastornos de estrés postraumático, insomnio y ansiedad. Son la fuerza invisible que sostiene la limpieza de nuestras redes, los que absorben el dolor del mundo digital para que las pantallas de los demás sigan brillando. Una terapeuta entrevistada por TIME y citada por la BBC lo resumía así:
“El problema no es que no haya apoyo psicológico.
El problema es que la estructura del trabajo está diseñada para producir daño.”
La conclusión es que en la ilusión de una IA súper avanzada nos olvidamos de que esta se sostiene sobre una base de explotación laboral muy real y muy humana. La "magia" desaparece cuando te das cuenta de que, detrás de la respuesta de la máquina, hay miles de fantasmas haciendo clic en la precariedad. Mientras las empresas prometen bienestar y contención emocional, el negocio sigue funcionando con la misma lógica: producir más, sufrir en silencio y mantener la ilusión de que el progreso es automático.
Por Carolina Castro Entenza


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