El supermercado de los valores

Realizar la cobertura de elecciones políticas, tanto a nivel mundial como nacional, no es algo sencillo ya que está en juego la designación de una persona para ocupar un puesto de poder, por lo tanto, la ética periodística debe ser cuidada en extremo.

El código deontológico del periodista es un documento que recopila los fundamentos generales que regulan el comportamiento de los informadores. Su contenido tiene como meta mejorar el tratamiento informativo de algunas de las cuestiones sociales de mayor actualidad, por ejemplo, los comicios. Sus recomendaciones deben ser puestas en práctica y tenidas en cuenta ya que en el mundo laboral del periodismo no debería tener cabida el informador que no lo respete.

En primer lugar hay que dejar en claro que el término deontología procede del griego: to deon (lo conveniente, lo debido) y logía (conocimiento, estudio…); lo que significa, en términos generales, el estudio o la creencia de los hechos. El objeto de estudio de esta disciplina es el fundamento del deber y las normas morales.

Postulados que parecen sencillos pero en verdad no lo son para un periodista que a veces sin querer, y otras queriéndolo, toma partido por tal o cual candidato.
Debe quedar en claro que decir “Deontología“ no es lo mismo que “Ética” ya que el primero está orientado al deber y se ubica entre la moral y el derecho mientras que la segunda está orientada al bien, a lo bueno y está relacionada con lo que piensa el propio individuo o sea a la conciencia individual/profesional.

Ahora, ¿puede un periodista mantenerse objetivo y neutral en una sociedad que “compra” voluntades con dinero o con cargos? Viendo la realidad la respuesta es confusa. Allí conviven comunicadores que apostaban a “un modelo” y que luego, por arte de magia se convierten en férreos defensores del opuesto con otros que por ser objetivos son perseguidos o censurados de manera solapada.


En síntesis, la ética periodística debe ser cuidada y valorada más que nunca en los tiempos en que vivimos. Ojalá que nunca se efectivice el supuesto verso de Bertolt Brecht: “Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.

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