Cuando Internet se abrió al comercio en 1995, se dio inicio a una nueva etapa: la red dejó de ser un espacio académico para convertirse en un gigantesco mercado. Lo que al principio parecía una herramienta para compartir conocimiento libremente, se transformó en un sistema que capitaliza la curiosidad y el tiempo de los usuarios.
En la tercera parte del documental “El costo de lo gratuito” de la BBC conducido por Aleks Krotoski, nos muestra con claridad esa transformación: lo que consumimos gratis en realidad no es gratuito. Cada búsqueda, correo o video deja un rastro que alimenta los algoritmos de las grandes empresas tecnológicas. Como señala el documental, el producto no es el contenido, sino nosotros mismos.
Google es el ejemplo más evidente. La empresa convirtió la información personal en el motor de su negocio: con herramientas como Gmail, YouTube o Maps, acumula datos sobre hábitos, ubicaciones y gustos para personalizar la publicidad y mantener un monopolio de atención. El modelo “gratuito” funciona gracias a una economía de vigilancia donde el usuario paga con algo más valioso que el dinero: su privacidad.
En su libro Privacidad es poder, la filósofa Carissa Véliz advierte que este intercambio es profundamente desigual. Creemos que usamos un servicio sin costo, pero en realidad cedemos el control sobre nuestra información más íntima. Esa información se analiza, se combina con la de millones de personas y se vende a anunciantes o empresas que buscan influir en nuestras decisiones. Véliz sostiene que este sistema erosiona la autonomía y la democracia, porque quien controla los datos tiene poder sobre los demás.
En el documental también se advierte sobre otro riesgo: la permanencia de la información en línea. Una vez que algo se sube a la red, es casi imposible eliminarlo. Lo que hoy parece inofensivo puede convertirse en un problema en el futuro, especialmente para las generaciones jóvenes que viven gran parte de su vida online. De esto se pueden dar cientos de ejemplos donde se le "busca" el pasado online a personajes públicos (o no tan públicos) y se los cancela por comentarios dichos hace 10 años, pero eso es un tema para otro posteo.
La paradoja es que todo esto ocurre con nuestra participación voluntaria. Como señala el documental, los usuarios somos en parte cómplices: preferimos la comodidad del servicio “gratis” antes que cuestionar el precio real que pagamos.
Y hablando de lo gratuito, no podemos dejar de nombrar a las llamadas apps gratuitas que instalamos en el celular llevan esta lógica al extremo: saben dónde estamos, con quién hablamos y cuánto tiempo pasamos en cada aplicación. La promesa de “conectarnos” esconde una vigilancia constante que perfila nuestra identidad digital y condiciona nuestras elecciones diarias.
Para cerrar, no nos olvidemos de que Internet nació como un proyecto de colaboración y conocimiento compartido. Hoy, esa utopía se enfrenta a la lógica del mercado y la vigilancia. El desafío —como plantea Véliz— es recuperar el control sobre nuestros datos y entender que la privacidad no es un lujo, sino una forma de libertad.
Por Carolina Castro Entenza
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