A primera vista, los ciudadanos somos cada vez más vulnerables al control del Estado, pero también al control que hacen las grandes corporaciones tecnológicas que moldean lo que vemos y pensamos. Internet nació con la promesa de democratizar la información, pero hoy parece más un espejo manipulado que un espacio libre.
En teoría, todos tenemos voz en la red; en la práctica, son los algoritmos de Google, Meta, Amazon o Apple los que deciden qué voz se escucha. Estas empresas no solo concentran poder económico, sino también simbólico: administran la circulación del conocimiento, el entretenimiento y hasta las emociones colectivas.
En este sentido, la web se está transformando en algo que no deseamos, pero que usamos todos los días sin darnos cuenta.
Un ejemplo reciente es el caso de Google, sancionado por la Unión Europea en 2024 con una multa récord de más de 2 mil millones de euros por abuso de posición dominante en su sistema de publicidad digital (RTVE). La Comisión Europea argumentó que Google favorecía sus propios servicios frente a los de la competencia, afectando directamente a los medios independientes.
Algo similar ocurrió con Apple, que recibió una multa levemente menor por limitar la competencia en las plataformas de música en línea, como informó El País (2024).
Incluso Amazon, que comenzó como una simple tienda en línea, hoy controla una infraestructura global de almacenamiento y servidores (AWS) que aloja gran parte de Internet. Y Microsoft, con la incorporación de inteligencia artificial generativa a sus productos, como es el caso de Teams, busca una nueva forma de dependencia tecnológica en la que los usuarios cedemos datos, tiempo y atención.
Frente a esto cabe preguntarse: ¿Internet democratizó algo o solo trasladó el poder a nuevos actores? A mi parecer, la red amplió ciertas voces, pero al costo de concentrar la infraestructura y los datos en manos de unos pocos.
Vivimos un fenómeno de concentración sin precedentes: los llamados “Cinco Grandes” (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) trascienden fronteras, desafían leyes nacionales y actúan como Estados dentro del Estado.
Entonces, ¿Quién está transformando Internet en lo que deseamos o no deseamos?
En parte nosotros, con nuestras búsquedas, clics y elecciones diarias; pero sobre todo, quienes diseñan los algoritmos que deciden qué creemos desear. Lo más inquietante no es que nos controlen, sino que ese control se disfraza de libertad.
Por Carolina Castro Entenza


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