¿Hay que aggiornarse? Opinión de +30

Por Carolina Castro Entenza

En una tarde de lectura para una materia de la universidad me encontré con la dicotomía del paso del tiempo y esa necesidad brutal de cambiar la norma por algo nuevo y brillante. 

En el libro Superficiales de Nicholas Carr, se tocan muchos temas que te hacen pensar y repensar la actualidad. Uno de estos temas fue cómo las pantallas alteran la experiencia de la lectura. Este argumento se evidencio con una cita en particular que les dejo a continuación: 

«Christine Rosen, del Centro de Ética y Política Pública de Washington, escribió recientemente sobre su experiencia al leer la novela de Dickens Nicholas Nickleby en un Kindle. Lo que cuenta deja corto a Johnson: «Aunque al principio me despisté un poco, enseguida me adapté a la pantalla y me hice con los mandos de navegación y paso de página». Pero se me cansaban los ojos  y la vista se me iba de un lado a otro, como me pasa siempre que leo algo largo en un ordenador. Me distraía mucho. Busqué a Dickens en la Wikipedia y me metí en el típico jardín de Internet al pinchar en un vínculo que llevaba a un cuento de Dickens: “El cruce de Mugby”. Veinte minutos más tarde aún no había vuelto a mi lectura de Nicholas Nickleby en el Kindle» 

Al costado de esa cita, un número “189” que quedó resonando en mí. La curiosidad natural del ser humano me llevó a buscar la información de dónde venía y un artículo periodístico me terminó de convencer de que muchas veces es mejor quedarse con la duda. Contraproducente tal vez, o no. (vayan a leerla a criterio propio)

En People of the Screen, el artículo de Christine Rosen del que proviene esa cita, se plantea una pregunta que todavía incomoda: ¿Qué perdemos cuando dejamos atrás el libro impreso? No se trata solo de nostalgia ni de resistencia al cambio, sino de entender que cada soporte moldea una forma distinta de pensar.

Leer en papel exige tiempo, silencio y atención. En cambio, leer en pantalla parece estar diseñado para lo contrario: la distracción, el salto constante entre ventanas, el consumo rápido. Carr lo describe muy bien cuando dice que Internet “dispersa nuestra atención y debilita nuestra concentración”. No es que seamos menos inteligentes, sino que la forma en que accedemos al texto cambia la estructura misma de nuestra lectura.

Lo que más me llamó la atención del relato de Rosen no es su queja por Kindle, sino el momento exacto en que se interrumpe a sí misma. La tentación de “buscar más” la lleva a perder el hilo, como si la pantalla la empujara a moverse, a no quedarse quieta. Y en cierto modo así vivimos hoy: conectados a todo, pero concentrados en nada.

A veces siento que la lectura digital nos roba ese pequeño ritual de perderse en las páginas, de doblar una esquina, de recordar un párrafo por su lugar en la hoja. Todo se vuelve más práctico, sí, pero también más efímero. Cambiamos la profundidad por la inmediatez, el tiempo de pensar por el impulso de pasar al siguiente link.

Tal vez ahí esté el verdadero problema: confundimos novedad con progreso. Las pantallas nos ofrecen una modernidad brillante, pero no siempre una mejor forma de pensar. Rosen no propone volver al pasado, y Carr tampoco. Ambos simplemente nos advierten que el modo en que leemos termina moldeando el modo en que pensamos. Y si la lectura era una forma de habitar el mundo, ¿Qué tipo de mundo habitamos cuando todo se lee entre notificaciones?

Vuelvo a esa tarde de lectura y pienso que quizá el “189” que me hizo buscar el artículo fue, en sí mismo, un síntoma de lo que Rosen describía. La necesidad de saber más, de no dejar nada sin clic. Me pregunto si realmente elegí leer o si simplemente seguí el reflejo aprendido de deslizar, abrir, saltar.

Tal vez no haya que renegar de la tecnología, pero sí aprender a recuperar el silencio. Porque leer —de verdad leer— todavía requiere algo que las pantallas no pueden dar: tiempo.

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El valor de la evidencia en el debate sobre Internet y nuestra mente




En la actualidad, el debate sobre el impacto de Internet en nuestra mente es más importante que nunca. La tecnología tiene efectos tanto positivos como negativos, y todo depende de cómo la utilicemos. Por un lado, Internet nos brinda la oportunidad de conectar con personas de todo el mundo y acceder a una cantidad infinita de información. Sin embargo, su uso excesivo y la exposición a contenido trivial pueden afectar la atención, la memoria y el desarrollo cerebral, además de crear patrones de pensamiento que conducen a la gratificación instantánea y la adicción, similares a otras adicciones.

Varios autores presentan evidencias sobre este tema, como es el caso del libro Superficiales de Nicholas Carr, que se basa en más de 400 citas y referencias académicas que sustentan sus argumentos. A diferencia de otros discursos que se limitan a opiniones o promesas sobre un futuro digital prometedor, Carr se apoya en investigaciones de neurociencia, psicología, comunicación y cultura para analizar cómo Internet está transformando nuestros procesos de pensamiento.

El autor no solo expone los problemas que surgen de un uso desmedido de Internet, sino que también invita a la reflexión sobre cómo estas transformaciones pueden afectar nuestra capacidad de concentración, la memoria y, en definitiva, nuestra forma de interactuar con el mundo. En este sentido, su libro se convierte en un ejemplo de cómo debe construirse un debate académico: con datos, estudios y marcos teóricos que permitan comprender la magnitud del impacto digital.  

acá podes acceder al link del libro

https://qoodle.uvq.edu.ar/pluginfile.php/2583283/mod_resource/content/6/Superficiales_Nicholas_Carr_Libro_Completo.pdf


Por otro lado, es fundamental mencionar que, a pesar de los riesgos, Internet también puede ser un aliado en la promoción de la salud mental. Existen numerosas plataformas y comunidades en línea que ofrecen apoyo emocional, información sobre bienestar y herramientas para la gestión del estrés. Sin embargo, para beneficiarnos de estas ventajas, es esencial utilizar la tecnología de manera consciente y equilibrada.


Impacto de Internet en el Cerebro según la Neurociencia

  1. Disminución de la capacidad de atención y concentración: La inmediatez y la velocidad de Internet generan pensamientos momentáneos que impiden la concentración sostenida y la consolidación de recuerdos.
  2. Alteración de las estructuras cerebrales: El cerebro es maleable y el uso excesivo de dispositivos digitales puede favorecer la gratificación instantánea, llevando a cambios anatómicos en regiones cerebrales relacionadas con la adicción, de manera similar a otras adicciones.
  3. Impacto en el circuito de recompensa: Las redes sociales activan el sistema mesolímbico-cortical, generando placer y el deseo de una gratificación constante, lo que puede afectar el control de impulsos y la corteza prefrontal.
  4. Deterioro de la salud mental: Existe un círculo vicioso entre el consumo digital de baja calidad y la salud mental, donde ambos se exacerban mutuamente, dificultando la adopción de límites saludables.

Autores relevantes y estudios que señalan los riesgos:

  • Nicholas Carr: Su libro El Estanque en la Nube fue pionero en analizar cómo Internet transforma nuestros circuitos neuronales y capacidades cognitivas.
  • Estudios de la Universidad del Sur de California: Investigación que identificó cambios anatómicos en el cerebro asociados a la adicción a las redes sociales, afectando el volumen de materia gris en ciertas regiones cerebrales.
  • Estudios de instituciones como UNAM Global y Quirónsalud: Estos trabajos refuerzan cómo la plasticidad cerebral puede llevar a una adaptación a la gratificación instantánea y a la adicción, así como a un impacto negativo en el equilibrio emocional y el control de impulsos.

En conclusión, el debate sobre el valor de la evidencia en la relación entre Internet y nuestra mente es crucial. Mientras que un uso desmedido puede tener efectos perjudiciales, un enfoque equilibrado puede abrir puertas a nuevas oportunidades y mejoras en nuestras capacidades cognitivas.




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Según estudios de Wichita...

Hay como un decir que recorre. Cuando "la gente piensa", o "la gente dice", llega un eco que susurra... es un blef. Algo así como un chamullo, un farol, una mentira. En definitiva, humo.

No sé cuánto hace que recorre. Un decir algo porque sí. 

En casa decimos "según estudios de Wichita" e inmediatamente nos agarramos los bolsillos.

Dijimos Wichita y quedó

Los "estudios del Jurado de Wichita" suelen ser citados  como ejemplo educativo para resaltar la importancia de proteger la confidencialidad de los participantes en investigaciones de las ciencias sociales. 

Realizado en 1954. El estudio fue llevado a cabo por la Universidad de Chicago. Un grupo de profesores grabó con micrófonos ocultos la deliberación de seis participantes de un juicio por jurados y divulgó sus resultados. El estudio se proponía estudiar la adecuación del proceso de toma de decisiones. Tuvo serias fallas éticas, especialmente en el uso del consentimiento informado

María Florencia Santi analiza diversos casos en "Ética de la investigación en ciencias sociales. Un análisis de la vulnerabilidad en la investigación social" (2016).

El ejemplo citado sirve para entender de que manera no debe refutarse una crítica. Si bien un estudio hecho por una universidad puede sonar muy alentador y serio para fortalecer puntos de vista, vemos que también puede resultar forzado, maniqueo y constituir delito.

"We'll slide dwon the surfaces of things" 

En su ensayo Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (2010), Nicholas Carr  despliega un gran caudal de argumentaciones para mantenernos cautos, reflexivos y críticos acerca de las rimbombantes bondades que trae aparejada la tecnología. Sostiene que permanecemos ocupados en la superficie de las cosas, fungiendo que la tecnología es inerte sin pensar en los efectos que tiene en nuestras cabezas.

Con destreza, cita otros ensayos, estudios, papers, artículos de revistas especializadas, novelas literarias, películas para dar cuenta de su denuncia.

Paso 1 de 1, entrenar curaduría 

A continuación se brindan 2 citas o referencias que Nicholas Carr comparte para dar cuenta de que el cerebro es plástico y puede recablearse, es decir, adaptar sus circuitos a partir del uso de una tecnología.

  • Michael Merzenich, neurocientífico que llevó a cabo su investigación postdoctoral en la Universidad de Wisconsin en Madison. Estudio en 6 monos que demuestra que todas las áreas del cuerpo de las personas están representadas por alguna parte de la corteza cerebral. Se basó en estudios del neurocirujano canadiense  Wilder Penfield de 1930 en el que había utilizado sondas para dar cuenta de los primeros mapas sensoriales en personas aunque con resultados innovadores para la época pero imprecisos.El estudio demostró que el cerebro cambia y se adapta, fenómeno conocido como neuroplasticidad.
  • Álvaro Pascual-Leone, neurólogo. Estudio de la corteza visual al leer braille. El cerebro no mantiene estructuras rígidas. Cambia según las circunstancias, necesidad o experiencias. El estudio da cuenta que en no videntes el cerebro reutiliza aquellas partes que estaban dedicadas a la capacidad de ver y las redirige para otras funciones a partir del entrenamiento en braille. Norman Doidge, psiquiatra recoge esta experiencia en su libro El cerebro se cambia a sí mismo.  

Carr lo predijo 

"Hay muchas maneras de pensar y de ser inteligente. Sin duda, Google, al proporcionarnos toda esa información, nos ayuda a ser inteligentes de cierta manera —a investigar más rápidamente, a encontrar información específica que buscamos— pero, a la larga, Google (y otros servicios de internet) quebranta nuestra capacidad de pensar en profundidad", afirmaba Carr en una entrevista a diez años de la publicación de su ensayo. 

Premonitorio sí pero con ideas cimentadas.  


Quienes no están interesados en formular ideas o pretenden imponerse a la fuerza, como hemos visto,  incurren en diversas maniobras desleales. Realizan evocaciones "flojas de papeles" o falacias. El modelo de lucro de Silicon Valley nos ofrece oleadas permanentes de producciones basura. Tal es el caso del manifiesto elaborado por Andreessen Horowitz, un fondo de inversión de riesgo. "El software se está comiendo el mundo", alardean. Explorando su tabla de contenidos, puede observarse que no ahorran en decir que tienen enemigos y que esos enemigos constituyen ideas. Sugieren que nuestra sociedad ha sido expuesta a sesenta años de ideas desmoralizadoras de las tecnología.

Listan sin desenfado y con mucha precisión a quienes combaten, sin embargo hay pocas citas a estudios o experimentaciones que sustenten esos señalamientos. Es odio compactado. Tecnofascismo.

Reprueban toda forma de comunidad o colectivización. La ética de la tecnología o la responsabilidad social les da escozor

Demonizan pensadores: "Nuestro enemigo es el control del habla y del pensamiento: el uso creciente, a plena vista, de “1984” de George Orwell como manual de instrucciones". 

Rechazan toda forma de control ciudadano: "Nuestro enemigo es el estatismo, el autoritarismo, el colectivismo, la planificación central, el socialismo.". 

Trabajan para un mundo sin estado. Se apropian de metáforas, reescriben la historia, reinterpretan obras literarias a su lucrativo modo. 

Reitero, argumentos, bien gracias. 


Me gusta el arte, todo tipo de arte: 

  • We'll slide on the surface of things es un verso de una canción U2, Even better tha the real thing, del álbum Achtung Baby (1991). En el video de la canción se ve un Bono a modo de narrador girando hacia arriba y hacia abajo con las manos cruzadas como si estuviese encadenado. En el medio del zapping (hoy zapping scroll), del ruido que irradia la frivolidad de una sociedad mediatizada y consumista. El protagonista de la historia parece pedir que algo lo saque de esa lógica.
  • En la obra de Jorge Luis Borges, pueden apreciarse citas fake. El autor de Ficciones parodia las figura de autoridad académica, inventa citas literarias, menciona investigaciones o publicaciones inexistentes. Ricardo Piglia dirá en la voz de uno de sus personajes "(Borges) clausura por medio de la parodia la línea de la erudición cosmopolita y fraudulenta que define y domina gran parte de la literatura argentina del XIX".

Imágenes: 

Meme de Alberto Kornblihtt. Respuesta a la senadora Silvia Elías de Pérez durante las audiencias públicas por la ley de interrupción voluntaria del embarazo (2020).

Infografía Paradoja Carl Popper y Contrainfografía Paradoja Carl Popper en Artículo Ensayo "La intolerancia y el humor: ¿El culo y la llovizna? por Abel Bermúdez Muñoz.

Referencias: 

R. L. Paul, H. Goodman y M. Merzenich, «Alterations in Mechanoreceptor Input to Brodmann’s Areas 1 and 3 of the Postcentral Hand Area of Macaca mulatta after Nerve Section and Regeneration», Brain Research, 39, nº 1 (abril de 1972), pp. 1-19.

Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestro cerebro?. Originalmente The Shallows: What The Internet Is Doing To Our Brains.(2010).

Experimento realizado por Álvaro Pascual-Leone en 1993. Véase Doidge, The Brain That Changes Itself, p. 200.

 

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La economía de la atención: cómo Internet reconfiguró a los medios tradicionales

Internet no solo trajo un nuevo canal de comunicación: transformó por completo el ecosistema mediático y cultural. En pocas décadas, industrias enteras que parecían sólidas —la música, la prensa, la televisión, el cine, incluso las bibliotecas— tuvieron que adaptarse a un entorno digital donde lo importante ya no era solo el contenido, sino que ahora su combustible pasaría a ser la atención del público.

La digitalización modificó el negocio de raíz: los discos físicos dieron paso al streaming, los diarios en papel se vieron desplazados por versiones online, los programas de televisión se fragmentaron en clips diseñados para viralizarse y los conciertos comenzaron a integrar experiencias digitales. En este nuevo escenario, los medios tradicionales no tuvieron alternativa: adaptarse o perder relevancia.

La disrupción inicial: cuando los medios físicos se contrajeron

El 17 de agosto de 1982 se fabricó en Alemania el primer disco compacto del mundo, una copia de The Visitors de ABBA. El CD marcó el inicio de la era digital en la música, aunque todavía limitada a un soporte físico. Fue un formato revolucionario y tendencia en su momento: prometía mayor calidad de sonido y durabilidad frente a los vinilos y cassettes, y rápidamente se convertiría en el estándar de la industria. Sin embargo, lo que en los ochenta y noventa parecía el futuro, décadas después terminó convirtiéndose en un símbolo del pasado. 

Según la Asociación de la Industria Discográfica de Estados Unidos (RIAA), reportaba que desde 2020 en adelante las ventas de álbumes en CD cayeron un 95% desde su pico en el año 2000, alcanzando en la actualidad niveles similares a los de 1986. El auge del intercambio de archivos P2P (Napster, Kazaa), después los reproductores MP3, más tarde, los smartphones y, en consecuencia, el streaming, terminaron por sellar el destino del formato en CD

El contraste es claro: lo que alguna vez fue el símbolo de la modernidad tecnológica hoy sobrevive más como objeto nostálgico o de coleccionista que como formato dominante para el mercado y su economía. 

La guerra por la atención: la prensa frente a Internet

La prensa escrita fue uno de los sectores más golpeados por la aparición y posicionamiento de Internet. El traslado de lectores y anunciantes hacia lo digital redujo significativamente la circulación de diarios impresos, al tiempo que aumentaba el tráfico en el formato online: Entre 2008 y 2009, la circulación de diarios cayó más del 7 por ciento, y del otro lado de la vereda las visitas a los sitios web de los periódicos crecieron más del diez por ciento. No quedaba otro camino para la prensa; tenían que trasladarse, formar parte del ecosistema digital y construir presencia dentro del internet.


Sin embargo, esta transformación no fue inmediata y para nada sencilla. Como explica Cabrera González (Universidad de Málaga) la convivencia entre prensa escrita y prensa digital se entendía en los primeros años como una etapa transitoria y experimental, marcada por la dependencia de las redacciones impresas. Con el tiempo, la prensa digital dejó atrás ese rol secundario y desarrolló modelos y negocios propios. Primero con ediciones en PDFs de sus versiones impresas, luego con contenidos exclusivos adaptados a estas mismas, y más tarde con propuestas específicamente digitales y multimedia, capaces de integrar texto, imagen y sonido, un mundo aparte.

Esta última instancia y proceso que se mantiene en la actualidad responde al cambio en el negocio: ya no se trata solo de vender ejemplares o suscripciones, sino de capturar la atención del lector en un entorno lleno de competencia.

La transición de soportes físicos como el CD y el papel hacia las plataformas digitales no solo cambió la forma de consumir música o información, sino que abrió la puerta a un fenómeno más profundo: la atención como recurso económico. Como anticipaban críticos, la atención se convirtió en el nuevo recurso escaso en la era digital. Ya no se trata únicamente de vender discos o mantener informada a la población, sino de crear, administrar y capturar la atención dentro de un ecosistema digital que reconfigura las reglas y la comunicación todo el tiempo y se vuelve un desafío. No importa el contenido, ellos te necesitan consumiendo o utilizando sus plataformas.

La era de lo breve y fragmentado: cómo internet modifica el sistema

Internet no solo modificó los soportes y los modelos de negocio: también alteró la forma misma en que se produce y se consume la información. El acceso rápido y la abundancia de contenidos generaron un entorno en el que la atención se dispersa con facilidad. 


Las empresas mediáticas tuvieron que adaptarse a este nuevo hábito, acortando y fragmentando sus mensajes.

El fenómeno se observa en todos los niveles:
  • YouTube, Hulu y Spotify distribuyen piezas unitarias (clips, canciones, fragmentos).
  • Los periódicos circulan notas individuales aisladas del ejemplar completo.
  • Los libros se trocean en páginas o capítulos accesibles desde Google Books.
La transformación alcanzó incluso a medios impresos prestigiosos. Revistas como Rolling Stone, antes reconocidas por sus extensos reportajes, hoy su prioridad es la brevedad y el impacto visual; esta tendencia tampoco logró detenerse en el papel.

Dato no menor: Según Statista (2023), más del 33% de los usuarios de Internet a nivel global consume videos cortos diariamente en plataformas como TikTok, Instagram Reels o YouTube Shorts. En paralelo, encuestas de Pew Research muestran que cada vez más jóvenes se informan a través de clips de menos de un minuto en redes sociales que recurriendo a un portal de noticias y mucho menos a un medio impreso.


El resultado es claro, un ecosistema mediático marcado por lo breve y fragmentado, donde los mensajes largos compiten constantemente contra una avalancha de estímulos diseñados a propósito para capturar segundos de atención.

Televisión y cine: adaptándose al lenguaje de la internet

La televisión y el cine tampoco lograron escapar de la lógica de Internet. Los programas y películas comenzaron a rediseñarse para atraer a un público acostumbrado a la inmediatez, con recursos gráficos y narrativos pensados para captar la atención. La integración de elementos digitales en la pantalla tradicional (sistemas operativos que soporten aplicaciones) fue solo el primer paso.


Con la expansión del streaming, compañías como Netflix, Disney+ o Hulu adoptaron estrategias propias del ecosistema online: temporadas lanzadas de golpe para el consumo intensivo, funciones de vista rápida y demasiada segmentación de contenido, entre otras cosas, trailers, avances y resúmenes diseñados para circular en redes sociales de manera constante.

Incluso los formatos físicos se transformaron para parecerse más a la Red. Menciona Nicholas Carr en Superficiales, como los discos Blu-ray con el tiempo fueron incorporando funciones sociales, permitiendo a los espectadores chatear o poner comentarios en Facebook mientras miraban una película, tal cual ocurrió con los lanzamientos de Blancanieves de Disney o Watchmen.

En el contexto actual, la televisión y el cine no solo se adaptan al lenguaje de Internet desde el formato, sino también desde la estrategia comercial y de contenido. Según un artículo de Forbes Argentina titulado “Competencia feroz: las plataformas de streaming buscan nuevas vías para seguir creciendo”, muchas de estas plataformas están explorando caminos más allá del modelo clásico de suscripción pura.

Algunas de las estrategias que destacan:
  • Inserción de publicidad o modelos híbridos: para captar ingresos adicionales, algunas plataformas están evaluando incluir anuncios o pasar a modelos mixtos (suscripción + publicidad).
  • Eventos en vivo o estrenos globales en simultaneo: para generar momentos de atención colectiva en redes sociales que pueden viralizarse y atraer nuevos suscriptores durante.
  • Alianzas, fusiones o adquisiciones de plataformas: para consolidar catálogos, reducir costos y competir mejor frente al dominio de gigantes como Netflix o Disney+.

La experiencia audiovisual se desplazó del consumo pasivo frente a una pantalla a un consumo interactivo y fragmentado, donde cada pieza puede convertirse en un clip viralizable, en un meme o en un highlight para plataformas digitales. Estas estrategias muestran que comunicar bien el contenido ya no es suficiente: ahora se trata también de cómo insertarlo en un ecosistema tan saturado como internet y sostener su rentabilidad manteniendo al público ocupado con entrenimiento fragmentado entre tantas opciones que tenemos en la web.

Entre otras cosas, la influencia de Internet no se limita a los medios grabados o televisivos: también transformó la forma en que experimentamos el arte en vivo. Conciertos, obras de teatro y presentaciones públicas han incorporado las redes sociales y la interactividad digital para atraer a un público acostumbrado a la hiperconexión.

Hoy este fenómeno se ha multiplicado: Grandes conciertos son transmitidos en vivo por plataformas como YouTube Live, TikTok Live o Twitch, alcanzando audiencias de todo el mundo que superan mil veces la capacidad física de un estadio de futbol.

Los artistas ofrecen en tiempo real interacciones de los fans en pantalla o en apps móviles, transformando el espectáculo en un evento compartido entre lo presencial y lo virtual. Incluso festivales tradicionales como Coachella o Lollapalooza han incorporado transmisiones digitales interactivas, generando experiencias híbridas que trascienden el espacio físico.


El arte en vivo, en definitiva, se convirtió así en un terreno de experimentación digital donde lo escénico/presencial y lo virtual conviven, reforzando la idea de que la cultura contemporánea ya no se limita.

Conclusión

La irrupción de Internet reconfiguró la manera en que producimos, distribuimos y consumimos información y cultura. Lo que antes estaba mediado por soportes físicos y rutinas estables ahora se desarrolla en un ecosistema digital sumamente saturado, caracterizado por la inmediatez, lo fragmentado y la competencia por la atención.

El desafío para los medios —y para la sociedad en su conjunto— ya no es simplemente sobrevivir a esta transformación, sino aprender a equilibrar lo breve y lo inmediato con la necesidad de profundidad, reflexión y sentido colectivo dentro de la comunicación.

Bibliografía

Cabrera González, M. (2001). Convivencia de la prensa escrita y la prensa on line en su transición hacia el modelo de comunicación multimedia. [PDF].

Celis Bueno, C. (2017). La economía de la atención y la producción de subjetividad. En: Adolcemascolo. [PDF].

Statista. (2022). El declive de las ventas de CD en Estados Unidos. Disponible en: https://www.statista.com/

Forbes Argentina. (2022). Competencia feroz: las plataformas de streaming buscan nuevas vías para seguir creciendo. Disponible en: https://www.forbesargentina.com/negocios/competencia-feroz-plataformas-streaming-buscan-nuevas-vias-seguir-creciendo-n21558

Pew Research Center. (2022). News consumption across social media in 2022. Disponible en: https://www.pewresearch.org/

Reuters Institute. (2023). Digital News Report 2023. Oxford University. Disponible en: https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/


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¿Exceso de pantallas o pobre uso?


El uso de pantallas en nuestra vida cotidiana se ha vuelto omnipresente: trabajo, educación, ocio, relaciones. Desde el celular con el que nos despertamos hasta la serie que miramos antes de dormir, nuestro día transcurre entre dispositivos. El libro Superficiales de Nicholas Carr ofrece una mirada crítica sobre cómo el uso concentrado de Internet y dispositivos digitales están afectando la profundidad de nuestro pensamiento y capacidades cognitivas. 

El escritor advierte sobre la preocupante cantidad de tiempo que pasamos frente a las pantallas y profundiza en cómo este hábito transforma nuestra manera de razonar y de relacionarnos con el conocimiento. ¿Estamos disminuyendo nuestra capacidad de hacerlo? 


Uno de los datos más significativos que cita es un estudio de Jupiter Research (2006), que reveló un «enorme solapamiento» entre el tiempo destinado a ver televisión y el dedicado a navegar por Internet. Se estima que el 42% de los mayores consumidores de televisión también forma parte de los usuarios más activos de Internet. En otras palabras, no reemplazamos un tipo de pantalla por otro sino que las acumulamos, lo que intensifica la exposición y, por ende, sus efectos en nuestra mente.

Como señala el estudio realizado por el Centro para el Diseño Mediático de la Ball State (2009), los estadounidenses pasan más de ocho horas diarias frente a pantallas, muchas veces usando dos o tres dispositivos a la vez, sin importar la edad. 

Frente a este panorama, Carr argumenta que existen beneficios reales, pero que estos tienen un precio. Minimizar su impacto cognitivo puede llevar a normalizar prácticas perjudiciales como la multitarea constante, lectura superficial hasta la pérdida de memoria. Entonces, ¿estamos realmente preparados para cuestionar nuestras prácticas digitales? 

Repensar nuestras prácticas digitales: ¿uso o dependencia? 

Esta problemática va más allá del uso cotidiano de dispositivos: representa una transformación profunda en nuestras capacidades cognitivas. El hábito de alternar constantemente entre múltiples pantallas y tareas no solo fragmenta la atención, sino que también debilita la concentración sostenida. Lejos de estimular un pensamiento profundo y reflexivo, favorece una relación superficial y acelerada con los contenidos. 

La expresión
"podredumbre cerebral" describe con crudeza las consecuencias del consumo excesivo de contenido trivial en el entorno digital. El fenómeno conocido como doomscrolling, por ejemplo, refleja cómo el consumo compulsivo de noticias negativas afecta directamente la salud mental. En este contexto, cabe preguntarse si estamos construyendo una verdadera alfabetización digital o simplemente adaptándonos a un entorno que moldea nuestro modo de pensar. 


¿Son las pantallas el enemigo?

Plantear a las pantallas como el "enemigo" puede resultar una simplificación excesiva. Para Nicholas Carr, el verdadero problema no reside únicamente en la cantidad de tiempo que pasamos frente a ellas, sino en la forma en que nos relacionamos con su contenido. Más que rechazar el avance digital, Carr advierte sobre cómo este entorno condiciona de manera sutil y progresiva nuestros hábitos de atención, pensamiento y aprendizaje. 

En este sentido, las pantallas no deberían ser vistas como una amenaza en sí mismas, sino como herramientas que exigen un uso consciente, crítico y equilibrado. El desafío no es eliminarlas de nuestras vidas, sino aprender a vincularnos con ellas de un modo que preserve nuestra autonomía intelectual. 

Frente a un ecosistema digital cada vez más complejo y omnipresente, resulta fundamental recurrir a estudios como los de Carr para comprender en profundidad los efectos menos visibles que estas tecnologías ejercen sobre nuestras vidas. En un entorno saturado de opiniones inmediatas y superficiales, la reflexión crítica respaldada por evidencia se vuelve no solo necesaria, sino urgente para cuestionar y transformar nuestras prácticas digitales.  



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Netflix, política y la Agenda Woke

La máquinita de plata 


Desde sus inicios, Netflix, funcionaba como cartelera on demand de titulos creados por diferentes productoras. su contendo no solo se definia por peliculas y series hiperconocidas, sino que también funcionaba como un display de las próximas historias que no conocias y que podrías disfrutar. Muchas de estas podían ser peliculas que hoy por hoy no tienen un público específico que las consuma, sino que se jactan de ser peliculas pochocleras, por lo que causo furor al ser una aplicación de caracter legal, algo poco visto para estas plataformas.

Con una membresia alcanzable, esta plataforma consiguió un estatus inquebrantable en muy poco tiempo. Todos tenían Netflix. Hasta se crearon terminos basados en su título, algo que muy pocos pueden decir que lograron, aún contando con un alto nivel de audiencia. Stremear, Skypear, googlear, son solo estatus que muy pocos pudieron conseguir, y el juntarse a mirar netflix, aunque sea un dicho algo polémico por su denotación, solo se logró gracias a dicha popularidad dentro de las masas.

Cuando Netflix empezó a lanzar contenido propio, sus productores se dieron cuenta de que habían encontrado una auténtica máquina de hacer plata. Con House of Cards en 2013, gastaron unos 4 millones de dólares como primera serie original. Esta, consiguió muchos mas suscriptores de lo pensado. Fue así que su estrategia cambia y comenzaron a escribir historias para meterse en la agenda pública y moldear los imaginarios colectivos llegando cada vez a más y más audiencias. 



Ficción y política: el entretenimiento como discurso

Netflix entendió muy rápido que la ficción podía convertirse en política disfrazada de entretenimiento. Cuando lanzó House of Cards, no solo apostaron por una serie de intriga, sino que también mostraron cómo se pelea por el poder en Estados Unidos. No es casual que esta fuera su primera gran producción original, ya que marcó la cancha para que Netflix hable también sobre el terreno político.

Pero la realidad es que esto no es algo nuevo. Desde sus inicios, el cine y la televisión fueron vehículos de ideología. Durante la Guerra Fría, Hollywood producía películas donde los soviéticos eran villanos, reforzando la idea de la amenaza comunista. En Latinoamérica, muchas telenovelas reproducían modelos familiares tradicionales, reforzando valores conservadores que servían para legitimar el orden social de la época. Incluso en series más "inocentes" como las de superhéroes, la narrativa del héroe norteamericano siempre terminaba funcionando como propaganda cultural. Netflix lo que hizo fue modernizar esta fórmula. En lugar de transmitir ideología a través de un solo canal, aprovechó la globalización digital para meter esas narrativas en millones de pantallas al mismo tiempo. Series como Narcos, etc. ficcionalizan hechos "reales", transformando la política en espectáculo y logrando que más gente hable del tema en redes sociales y normalizando de alguna forma ciertos aspectos.



Lo mismo pasó con las temáticas de género. Cómo El cuento de la criada (de Hulu, pero que compitió directamente con Netflix) se volco en la plena ola feminista global, cuando las calles estaban llenas de pañuelos verdes y el movimiento #MeToo explotaba en redes. Ahí, Netflix supo que podía captar un público que se sentía representado y, de paso, empujar debates que ya estaban calientes en la sociedad. Tambien con tematicas fuertes sobre la comunidad LGBT+ se volvieron mas comunes, aunque antes era de nicho tratar estos temas. Y como dice Nicholas Carr: "El contenido de un medio es solo 'el trozo jugoso de carne que lleva el ladrón para distraer al perro guardián de la mente'" (1). O sea, más allá de la historia que vemos, lo que de verdad pesa es cómo el medio la empaqueta y la distribuye para distraernos de lo que realmente importa dentro de esta. "La evolución nos ha dotado de un cerebro que literalmente puede cambiar de forma de pensar una y otra vez. [...] Las vamos variando en función del modo en que vivimos y, tal como percibió Nietzsche, a través de las herramientas que utilizamos"(2).



Radicalización y nostalgia como estrategia

En menos de cinco años vimos un giro cultural. Pasamos de una apertura progresista a un regreso fuerte del conservadurismo. Varias productoras, que no lograron ver el cambio social, o que no lo quisireon ver, siguieron largando titulos que se convirtieron en polemicos por ser demasioado "woke", como pasó con algunos estrenos de Disney, que intentaron manipular la nostalgia de personajes clásicos para sacar una ganacia pero se ganaron el hate de todos lados. Para mí, estas estartegias no funcionaron porque cambiaron toda la historia sin tener en cuenta las implicancias de estos cambios. El hacer negra a la Sirenita no es el problema, lo que si lo es es el haber alterado completamente un personaje que tenia mucha carga emocional por parte de la audiencia y no dar respuesta a las dudas de los consumidores, aunque no sirvio de nada, ya que su exito en taquilla lo demuestra en contraposición de otras tiras que ha lanzado la productora, como Lightyear

Más que un gesto real de inclusión, muchas veces parece solo una forma de capitalizar polémicas. En vez de apostar por relatos originales o dar argumentos sólidos cuando hacen esos cambios, se refugian en el marketing y en la controversia.



¿Historias “woke” o decisiones de mercado?

En mi opinión, el problema no son las historias "woke" (si es que esa etiqueta existe o si solo se trata de darle visibilidad a identidades que antes no la tenían). Tampoco creo que nos estén “adoctrinando”. Sino que todo pasa por la plata que se genera o se pierde. La gente está tan agotada mentalmente que termina discutiendo sobre sí cambiaron la apariencia de un personaje, sin ver la implicacncia de este cambio. Carr describe muy bien este fenómeno: "En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática" (3). Y eso pasa también con Netflix: consumimos y comentamos rápido, sin mucha profundidad.


Lo que sí deberíamos preguntarnos

Más allá de las polémicas, lo importante sería pensar cómo impacta cada decisión social en la trama y en los debates culturales que se generan. ¿Ese cambio tiene sentido dentro de la historia? ¿Aporta algo nuevo con respeto y información veridica? ¿O simplemente busca explotar un mercado momentáneo?

Netflix, como cualquier medio, marca agenda. Cómo decía McLuhan, “el medio es el mensaje”. Lo que hoy vemos como entretenimiento también es política narrada en formato de ficción. Y lo que está en juego no es solo la taquilla, sino nuestra forma de entender y analisar el mundo que habitamos.


Bibliografia:

1. Carr, Nicholas. "Superficiales", Prologo, p. 7.

2. Carr, Nicholas. "Superficiales". p. 23.

3. Carr, Nicholas. "Superficiales". p. 8. 


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El intelecto de los "Nativos Digitales"

Nicholas Carr en su texto "Superficiales, ¿Qué está haciendo el internet con nuestras mentes?" de 2010, expone su preocupación por el coeficiente intelectual del humano atravesado por las nuevas tecnologías. En 2025, estas cuestiones siguen vigentes y con mayores investigaciones en el campo. 

Los "Nativos Digitales" y su intelecto
Este término fue expuesto por Marc Prensky, escritor estadounidense, en 2001. El concepto supone la gran manipulación de las nuevas tecnologías por parte de las personas nacidas en plena etapa del desarrollo digital. Sin embargo, esta descripción invisibiliza las limitaciones cognitivas de los jóvenes, gracias a estas tecnologías. Actualmente, existe una pérdida de atención, comprensión y lectura que afecta a las nuevas generaciones. 

La idea de los "Nativos Digitales" expande una creencia de conocimiento en el área. Lamentablemente, resulta ser una falacia. En realidad el uso excesivo de las nuevas tecnologías se caracteriza por la incorporación de las plataformas digitales. Pero esto no implica conocimientos, ni consumos que fomenten el crecimiento cognitivo de la sociedad. De hecho el uso recreativo en redes sociales afecta las conexiones neuronales.

¿Es verdad que existe una fuerte caída del coeficiente intelectual?

Existen varias especulaciones acerca de esto. Según un estudio publicado en la revista Proceeding of National Academy of the United States of America Journal, declara que los resultados empeoraron desde la Segunda Guerra Mundial. Por eso, no podemos simplemente culpar a la tecnología. De hecho, Katherine Possin, neuropsicóloga y profesora del Centro de Memoria y Envejecimiento de California, hace algunas reflexiones. 

Para Possin, los test que miden el IQ se relacionan con la memorización, aspectos matemáticos y de vocabulario, dejando de lado la cuestión tecnológica. Es evidente que estas generaciones aprenden y trabajan de manera distinta en relación a las anteriores, debido a los avances digitales. En relación a esto, la profesional denuncia la necesidad de nuevas herramientas de evaluación que logren entender las nuevas formas de desarrollo intelectual

Sin embargo, es una realidad que existe una perdida en la capacidad de enfoque. Retomando a Nicholas Carr, la navegación por distintos hipervínculos, las notificaciones y el consumo de múltiples fuentes hace que el cerebro se disperse. De esta manera se debilita nuestra atención y por consecuencia, la comprensión lectora. 

La lectura cada vez más difícil...

Maryanne Wolf, especialista en lectura y aprendizaje en la Universidad de California, aborda el cómo la revolución digital está cambiando los circuitos de lectura. En síntesis, la acción de leer no es natural, el cerebro creó nuevas conexiones y circuitos neuronales para poder realizarla. El proceso de adquirir la lectura como hábito lleva años. Es así, como Wolf expresa su preocupación por la calidad de atención al leer a medida que en los medios digitales priman la inmediatez y la distracción. 

En cuanto a la comprensión lectora, en Argentina, datos de 2024 revelan que el 46% de los alumnos de tercer grado no entienden lo que leen. La lingüista Valeria Abusamra asegura que el avance de la tecnología es uno de los factores que promueve un tipo de procesamiento cognitivo más superficial. Esto sugiere que la atención sostenida se complica en las personas más acostumbradas a los medios digitales, que se basan en interacciones rápidas impulsadas por interacciones inmediatas.

¿Y el pensamiento reflexivo?

Al igual que pasa con la lectura, mientras la comprensión decae, el consumo y pensamiento crítico también. Actualmente, la sociedad se encuentra supeditada a la agenda que marca las grandes plataformas digitales. Estas, a su vez, corresponden a los intereses e ideologías políticas de élite. Es así, como se vuelve necesario el desarrollo de un pensamiento crítico sobre nuestros consumos.


Plataformas como Netflix, ocultan ser un medio de comunicación que marca la agenda hoy en dia. Muchas de sus producciones revelan ideologías partidarias. Atraen a la audiencia desde historias que interpelan lo masivo, como los derechos de las mujeres, la comunidad LGBT, el narcotráfico y demás. Desde esas historias, la construcción de sentidos comunes desde la ficción se vuelve el centro de interés político

A modo de ejemplo, existe un articulo de Sabino Caravaca, publicado en el blog "Rumbo Alterno". Dentro del mismo, el autor denuncia que Higher Ground Productions, una productora estadounidense, pertenece a Barack Obama y su esposa. Esto retoma la idea de propaganda partidista en producciones ficcionarias, financiadas por la política. 

Volviendo a Netflix, esta plataforma logra captar el interés de los usuarios no solo por sus formatos, donde las historias enganchan al espectador para que consuma horas y horas. Sino también porque tienen un enfoque especial en el usuario. La participación en redes sociales y el sentimiento de comunidad atrae a un público cada vez más amplio. Todos desean comentar la serie del momento y estar al día en el debate de X (Twitter).  

En conclusión...

Al entender que estas producciones difunden ideología e invisibilizan realidades, podemos formar un pensamiento critico acerca de nuestros consumos. Desde mi perspectiva, esto resulta un primer paso para mirar desde otro punto y entender el panorama. No esta mal mirar la serie del momento pero es necesario "afilar el ojo" para no caer en discursos hegemónicos alejados de nuestros contextos. 

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