El uso de pantallas en nuestra vida cotidiana se ha vuelto omnipresente: trabajo, educación, ocio, relaciones. Desde el celular con el que nos despertamos hasta la serie que miramos antes de dormir, nuestro día transcurre entre dispositivos. El libro Superficiales de Nicholas Carr ofrece una mirada crítica sobre cómo el uso concentrado de Internet y dispositivos digitales están afectando la profundidad de nuestro pensamiento y capacidades cognitivas.
El escritor advierte sobre la preocupante cantidad de tiempo que pasamos frente a las pantallas y profundiza en cómo este hábito transforma nuestra manera de razonar y de relacionarnos con el conocimiento. ¿Estamos disminuyendo nuestra capacidad de hacerlo?
Uno de los datos más significativos que cita es un estudio de Jupiter Research (2006), que reveló un «enorme solapamiento» entre el tiempo destinado a ver televisión y el dedicado a navegar por Internet. Se estima que el 42% de los mayores consumidores de televisión también forma parte de los usuarios más activos de Internet. En otras palabras, no reemplazamos un tipo de pantalla por otro sino que las acumulamos, lo que intensifica la exposición y, por ende, sus efectos en nuestra mente.
Como señala el estudio realizado por el Centro para el Diseño Mediático de la Ball State (2009), los estadounidenses pasan más de ocho horas diarias frente a pantallas, muchas veces usando dos o tres dispositivos a la vez, sin importar la edad.
Frente a este panorama, Carr argumenta que existen beneficios reales, pero que estos tienen un precio. Minimizar su impacto cognitivo puede llevar a normalizar prácticas perjudiciales como la multitarea constante, lectura superficial hasta la pérdida de memoria. Entonces, ¿estamos realmente preparados para cuestionar nuestras prácticas digitales?
Repensar nuestras prácticas digitales: ¿uso o dependencia?
¿Son las pantallas el enemigo?
Plantear a las pantallas como el "enemigo" puede resultar una simplificación excesiva. Para Nicholas Carr, el verdadero problema no reside únicamente en la cantidad de tiempo que pasamos frente a ellas, sino en la forma en que nos relacionamos con su contenido. Más que rechazar el avance digital, Carr advierte sobre cómo este entorno condiciona de manera sutil y progresiva nuestros hábitos de atención, pensamiento y aprendizaje.En este sentido, las pantallas no deberían ser vistas como una amenaza en sí mismas, sino como herramientas que exigen un uso consciente, crítico y equilibrado. El desafío no es eliminarlas de nuestras vidas, sino aprender a vincularnos con ellas de un modo que preserve nuestra autonomía intelectual.
Frente a un ecosistema digital cada vez más complejo y omnipresente, resulta fundamental recurrir a estudios como los de Carr para comprender en profundidad los efectos menos visibles que estas tecnologías ejercen sobre nuestras vidas. En un entorno saturado de opiniones inmediatas y superficiales, la reflexión crítica respaldada por evidencia se vuelve no solo necesaria, sino urgente para cuestionar y transformar nuestras prácticas digitales.
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