Vigilancia y control digital

 El costo de vivir conectados




En la actualidad, vivimos conectados todo el tiempo. Internet y la tecnología son parte de casi todo lo que hacemos, pero esa conexión también tiene un precio. Lo que parecía venir a facilitarnos la vida, muchas veces termina siendo una forma de control. Amnistía Internacional ya adviertió que el uso de la inteligencia artificial y el reconocimiento facial puede poner en riesgo derechos básicos como la privacidad y la libertad de expresión. Hemos sido condicionados o 'preparados' para ceder el control y nuestra información personal a cambio de una promesa de 'libertad' o, mejor dicho, de anonimato. Pero, ¿son realmente lo mismo? Es una ilusión creada para que sigamos consumiendo redes sin cuestionar las consecuencias.

 Vigilancia y censura: la cara oscura de la red


¿Internet debería ser un espacio de libertad? En teoría, sí. Pero en la práctica, cada vez se usa más para vigilarnos, controlarnos y limitar lo que hacemos. Las herramientas tecnológicas que prometían seguridad y conexión se transformaron en mecanismos de control. 

La vigilancia no es solo técnica; es estructural. Según Amnistía Internacional, “los sistemas de IA utilizados para reconocimiento facial representan una amenaza directa para los derechos humanos, ya que permiten identificar, rastrear y perfilar personas sin su consentimiento”. Esta vigilancia se normaliza a través de cámaras, aplicaciones que monitorean movimientos y dispositivos domésticos que escuchan de manera permanente. La normalización de esta vigilancia silenciosa nos empuja a aceptar cosas que hace diez años hubieran sido impensadas.

La tecnología debe estar al servicio de las personas, no de las empresas o los Estados. Cuando el acceso se vuelve desigual, ya sea por falta de infraestructura, dispositivos o recursos, emergen nuevas formas de exclusión. Quienes quedan fuera de lo digital, quedan fuera de derechos, oportunidades y participación.

Algoritmos que deciden por vos

Gran parte de nuestras decisiones cotidianas están mediadas por algoritmos invisibles. Ellos organizan lo que vemos, lo que compramos y hasta lo que opinamos. Y aunque se presentan como herramientas neutrales, son sistemas entrenados con datos sesgados y diseñados según los intereses de actores privados.

Como señala el profesor Philip Howard, director del Oxford Internet Institute, “las mentiras, la basura y la desinformación de la propaganda tradicional están extendidas en línea y apoyadas por algoritmos de Facebook y Twitter”. Esta cita, es clave para entender que la desinformación no crece sola, sino que reciben ayuda de los algoritmos que la impulsan porque genera interacción.

Cuando un modelo de negocio depende de captar atención, la prioridad no es informar, sino retener. Y eso transforma a los algoritmos en una fuerza que puede moldear hábitos, consumos y opiniones sin que lo notemos.


Desinformación y manipulación en redes


Las redes sociales no solo sirven para comunicarnos, sino que también se usan para influir en lo que pensamos, donde se disputa poder político, económico y cultural. Investigaciones de la Universidad de Oxford mostraron cómo plataformas como Facebook y Twitter se convirtieron en terreno fértil para la desinformación y la propaganda. Los algoritmos nos encierran en burbujas donde solo vemos lo que refuerza nuestras ideas, y eso limita nuestra posibilidad de mirar más allá.

Las redes sociales ya no son solo un medio para comunicarnos o entretenernos, sino que se han convertido en herramientas capaces de moldear nuestra manera de pensar y de ver el mundo. Gobiernos y actores privados de más de 80 países utilizan plataformas como Facebook,  Twitter e Instagram para difundir desinformación y propaganda política a gran escala. Lo podemos ver claramente en las metidas de pata del actual presidente de Argentina, Javier Milei, que constantemente publica fake news en sus redes, o cuando ocurrio el escandalo de la moneda digital "$LIBRA".


La ilusión de la libertad digital

El discurso más difundido sobre Internet es que democratiza la información. Y es cierto que ofrece oportunidades inéditas. Pero esa supuesta libertad está condicionada por reglas que no decidimos nosotros. Las plataformas pueden eliminar contenido, bajar su visibilidad o viralizarlo en segundos, muchas veces sin explicar por qué.

El ideal de Internet como espacio abierto empieza a desdibujarse cuando entendemos que la arquitectura técnica (los algoritmos, los filtros, las métricas) define qué circula y qué queda oculto. Así, la “libertad digital” opera más como una ilusión que como una experiencia garantizada.

¿Internet empodera o domina?

Aunque Internet se presenta como un espacio libre y democrático, la realidad es que está concentrado en manos de unas pocas empresas. Google, Meta, Amazon; quienes controlan gran parte de lo que vemos, buscamos o compramos. Y cuando unos pocos deciden qué circula y qué no, la idea de “acceso igualitario” se vuelve más una ilusión que una realidad.

El acceso a Internet debería ser un derecho, no un privilegio. Sin políticas públicas que lo garanticen, la brecha digital se profundiza, dejando a millones de personas al margen del conocimiento, la participación y las oportunidades. Pero el problema no termina ahí, ya que sin una regulación firme sobre las grandes corporaciones, ese acceso también termina siendo condicionado por intereses privados, vigilancia encubierta y modelos de negocio que priorizan la rentabilidad.

Debemos ser ciudadanos digitales críticos

No se trata de abandonar Internet, sino de comprender cómo opera. Si no exigimos transparencia, regulación y responsabilidad, otros decidirán por nosotros. Y cuando eso ocurre, la libertad deja de ser libertad: se vuelve un espejismo.

Ser usuarios críticos es el primer paso para ser ciudadanos digitales activos.


Si queres saber mas al respecto, podes informarte en:
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Investigacion completa hecha por la Universidad de oxford:

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