¿Argentina es soberbia?



Así se titula el primer episodio de Flow curepa, un podcast sobre ser progre y argentina en Paraguay pensado "para romper la soberbia y desarmar estereotipos". Esta nota es su versión escrita con links para profundizar en el contexto histórico paraguayo. 
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“¡Yo sabía luego que tenía algún prejuicio pero no sabía que tanto, legalmente!”


Antes de viajar me reuní con mi viejo para que me avivara de ciertas palabras en guaraní que podrían ser usadas en mi contra. Una de ellas, según él, es curepa o kurepí. Así nos dicen a quienes nacimos en Argentina, como una forma de bajarnos de algún pedestal.


¿Cómo no ser agrandados si somos los campeones del mundo? ¿Si tuvimos a Messi y a Maradona? ¿Cómo no tener nada para decir si en todos los países nos preguntan por Perón y Evita? ¿Cómo guardarse el chamuyo si de nuestra tierra brotaron los poemas del Pity, de Borges, de Pizarnik, si somos quienes parieron al tango? ¿A quién vamos a tenerle miedo si somos piqueteros? ¿Si juzgamos genocidas, si podemos casarnos entre putos y lesbianas? ¿Podemos pasar desapercibidos si nuestro país exporta rock, cumbia y trap a la MTV? ¿Realmente existe el perfil bajo cuando te representan Moria Casán o Ricardo Fort?”


Contexto: 


“Curepas” nos dicen desde la guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay o Guerra Guasú (el suceso más mortífero de la historia sudamericana). “Es por la piel, porque los kurepí son blancos, o sea ustedes…”, me dijo un compañero paraguayo. Me he cruzado con paraguayos y paraguayas que consumen más cultura argentina que yo. La verdad es que fácilmente hacen notar la argentinidad cuando la ven. No sabría explicar por qué aún siendo tan generalizadas nuestras coincidencias, les es tan sencillo reconocernos en la calle. Algunos me dijeron que es por nuestros aires de superioridad.


Al lado de Argentina, Paraguay es una sociedad altamente conservadora. Una de las primeras cosas que ví cuando crucé la frontera desde Posadas hacia Encarnación. fue un cartel celeste y rosa enorme que dice “Bienvenidos a Encarnación, ciudad provida y profamilia”. Un horror, claramente, para mis ojos de educadora en Educación Sexual Integral y todas mis plumas. Así que al toque las metí para adentro, me agazapé, guardé garras y dientes -quietita, sin romper nada- y tragué saliva para tratar de entender cómo sobrevivir los meses siguientes entre tanto machismo institucionalizado. 




En un principio busqué respuestas en terrenos conocidos: Internet. Leí a Amnistía internacional, la Coordinadora de Derechos Humanos del Paraguay (CoDeHuPy) y a un medio alternativo con perspectiva de género que se llama Presentes. Todo me resultaba cada vez más y más triste: recién en 2022, por ejemplo, cuando aprobaron la Ley de Salud Mental se prohibieron las terapias (es decir torturas) de reconversión para personas homosexuales. Otro ejemplo aún peor -para personas desviadas como yo-, es la existencia de una resolución emitida por el Ministerio de Educación y Ciencias que prohíbe desde 2017 la difusión y utilización de materiales referentes al género, Para coronar, en el aula de la Universidad de Itapúa escuché a una docente de Trabajo Social decir que un embarazo, por más que sea de una adolescente, nunca es un accidente sino que siempre será una bendición. Quedé muda. 


Tradición: “Dios, Patria y Familia”


Mi abuela, que nació en Paraguay, valoraba muchísimo a sus hijos varones. Ella decía que hubo un tiempo en que casi no había hombres porque los habían matado a todos. Es que para 1870, momento en que el presidente paraguayo Francisco Solano López fue abatido en la batalla del Cerro Corá, su país había perdido (además del 30% de su territorio) al 65% de su población total, y quienes sobrevivieron fueron en su mayoría mujeres. Incluso, en los últimos tiempos de resistencia paraguaya durante la guerra, sucedió el hito de Acosta Ñu, que le da fecha fija al día del niño en Paraguay, y tiene que ver con una batalla en la que cerca de 20000 soldados brasileros asesinaron a un ejército de 3500 personas con niños de entre 9 y 15 años. A ese nivel fue que escaló esa masacre sudamericana. 




“La raza paraguaya es vencer o morir”


“Se veían niños de escasos años arrastrarse a retaguardia con sus miembros destrozados o con espantosas heridas de bala en sus pequeños y semidesnudos cuerpos. No se quejaban ni lloraban, no pedían ayuda ni la presencia de un médico. Cuando sentían próxima la llegada de la muerte se echaban para morir, tan silenciosamente como habían sufrido. Muchos de estos niños tenían sus madres en el campamento de las mujeres [...] cuyos pensamientos no estaban con sus hijos moribundos [...] sino en la causa de la nación”. Eso fue parte de la narración que Martín Thomas McMahon, el embajador de Estados Unidos en Paraguay, escribió en 1868. Sus escritos fueron unos de los primeros y pocos relatos históricos que quedaron tras la guerra.


Formamos parte de la construcción de un enemigo externo que une la historia de la identidad de toda una nación. “No lo justifico, pero lo entiendo”, le dije a mis amigas por celular. Me dió un poco de vergüenza juzgar el cartel “provida y profamilia” con tanta liviandad. 


Además de la catástrofe demográfica, Paraguay sufrió una catástrofe identitaria: perdieron documentos estatales, monumentos, historias, vidas, generaciones. Hay varias versiones de lo que fue la Guerra de la Triple Alianza, más que nada de sus causas y motivaciones. Lo que sí es una certeza es que es considerada el centro nervioso de toda la historia nacional y que su sentido aún se encuentra en disputa.  


A partir de 1870 se dió por finalizada la etapa del “paraguayo guapo” para dar lugar a la del paraguayo que fue liberado de su propio salvajismo gracias a Brasil, Argentina y Uruguay. Por un tiempo y hasta la Guerra del Chaco, se instaló el discurso de los vencedores que acusaba a Francisco Solano López  de aislar a su pueblo del mundo e impedir su progreso. Sin embargo, esa narrativa convivía con otra: por debajo, había sectores que decían que López en realidad fue un defensor de la grandeza paraguaya y de las autonomías económicas latinoamericanas ante un imperialismo británico. Esa nostalgia del Paraguay potencia se terminó de afianzar cuando ganaron la guerra contra Bolivia en 1935 y fue coronada con la reparación histórica que Perón les otorgó en 1953. Reparación que afianzó los lazos argentinos con la dictadura de Alfredo Stroessner, quien gobernó durante más de 34 años. 


En fin…


Resulta que curepa no necesariamente tiene una connotación negativa. “El guaraní le da vida a la palabra, no hace falta tenerle tanto respeto”, me dijeron recién llegada al país. Depende de quién te lo diga, del tono de voz, del contexto. Te lo pueden decir cariñosamente pero también como respuesta ante algo que hayas hecho y no les gustó. Puede ser tan amoroso y como despectivo… Varias palabras en guaraní tienen ese doble filo, pero en cuanto a éste término en particular, me parece que el contexto que le dió origen tiene mucho que ver con su ambigüedad.


Los países, al contarse a sí mismos, le están dando forma a su identidad. Narrarse es también narrar a un otro (más aún si son vecinos de una misma región), por lo que la fama de vencedores o vencidos es parte y es clave en la esencia de la construcción ciudadana. Todo relato histórico es una invención, toda nación es la acumulación de voluntades con intereses específicos. Toda pasión tiene su trampa. El argentino es soberbio, invasivo, se cree mil. El paraguayo fue salvaje, incivilizado, servicial. Ambos también son latinoamericanos, y se alían con otros latinoamericanos porque los sus economías quieren dejar de depender del Primer Mundo, o porque comparten haber participado de la geopolítica como laboratorios de políticas neoliberales o el plan cóndor.


Desde la superioridad moral no hay diálogo posible. Respirar, contar hasta tres, indagar, conversar con quienes no estoy de acuerdo (refugiarme entre quienes coinciden conmigo), hacer amigues, debatir… fueron las estrategias que encontré para sobrevivir en Paraguay. Asumí el desafío de bajarme del pony de los Derechos Humanos, básicamente, pero no por abandonar las luchas por un mundo intercultural y diverso, sino más bien para poder entender qué parte nos toca como reproductores de lo injusto y para seguir enojándome (un poco más) con cualquier nacionalismo que cruce (inclusive con el mío). Flow curepa, doble filo. amor y odio, discriminación y humildad.


Si te interesa seguir mi experiencia Curepa, podés seguirme en Instagram como @_vita.vis o también podés leer mi Blog “rriodepalabras” que se encuentra en mi perfil.



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